lunes, 2 de junio de 2008

LA MONJA SIN CABEZA

Una monja sin cabeza deambula por las calles que rodean el colegio del Sagrado Corazón. Muchos afirman haberla visto en las madrugadas, vistiendo túnica negra y llevando un inmenso rosario hasta los tobillos. Otros dicen que la han visto volar desde una de las ventanas del colegio, con ojos de fuego y pronunciando palabras irrepetibles. No falta quienes aseguran que se trata del propio Satanás, pues llevaba largos y puntiagudos cuernos (algo difícil de creer, dado que no tiene cabeza). Lo cierto es que nadie se atreve a pasear por la calle Huallaga luego de la media noche.

La población esta alarmada, la policía confundida. Las escolares del mencionado centro educativo refieren que lo de la monja sin cabeza no es algo nuevo: siempre ha paseado su espectral presencia por los pasillos y salones de clase durante las noches, y casi no hay niña traviesa que no haya tenido uno o dos encuentros con ella, luego de los cuales quedaba vacunada contra la holgazanería. Pero nunca se había tenido noticia de que la monja haya salido del claustro. Al parecer estaba harta de asustar chiquilines y quería llamar la atención de verdad.

Al jefe de los serenos, un señor de pocas pulgas y muchas barbas, las historias le parecieron habladurías de viejas cotorras, y se propuso acabar con el mito: montó guardia nocturna fuera del colegio. Como no había quien le acompañase en tan osada aventura, se agenció de un vehículo, por si las dudas. Al día siguiente lo encontraron en estado catatónico, echando espuma por la boca y rezando el padre nuestro en tropelía. Poco tiempo después entró en coma profundo.

El hecho no hizo más que aumentar el prestigio de la monja, que ahora era el nuevo cuco de la ciudad. La prensa se interesó, y por la tele empezaron a desfilar personajes de toda especie: historiadores, colegialas, sacerdotes, chamanes, políticos (cuándo no), empresarios turísticos, etc. Todos reclamando sus cinco minutos de fama. Al parecer, a principios del siglo pasado existía una sor Mariana en el monasterio del Sagrado Corazón, quien mantenía relaciones licenciosas con el superior del seminario de San Agustín. Al quedar embarazada, sor Mariana le comunicó el hecho a su consorte, quien le dijo que debía abortar. Ella se negó e incluso amenazó con contarlo todo. El superior, temiendo un escándalo que podría arruinar su vida en la Iglesia, la mató de tres puñaladas y la enterró en el huerto del seminario. Al comprender la magnitud de lo que había hecho, se arrepintió tanto que decidió huir. Esa misma noche preparó sus cosas, corrió al huerto a desenterrar a su amada y lloró largamente sobre su cadáver. Luego le cortó la cabeza y se la llevó. Nunca más se volvió a saber de él hasta muchas décadas después, tras la muerte de un humilde profesor de Ancco (una comunidad campesina de la sierra), quien era amado por sus vecinos por su vida austera, virtuosa y consagrada a Dios. Cuando lo hallaron muerto, revisaron el interior de la calavera que siempre llevaba colgada al cuello y encontraron una nota en la que relataba esta trágica historia. Sus vecinos jamás imaginaron que el piadoso profesor pudiera ser el autor de tan horrendo crimen.

Pero ¿era sor Mariana la monja sin cabeza? Al menos las descripciones son congruentes. Nada más faltaría por explicar cómo pudo sobrevivir tantos años sin cabeza. También estaba la posibilidad de que la monja sin cabeza no fuera sor Mariana, sino el alma de sor Mariana, entonces las cosas estarían más claras. Pero los historiadores rechazan la existencia de las almas, no creían que la aparición aquella lo fuera. Los sacerdotes también coincidían en ello: decían que no existe ninguna sor Mariana y que el seminario de San Agustín siempre ha tenido hombres probos. Los chamanes afirmaron que las almas siempre visten de blanco y no vuelan desde las ventanas, porque entonces serían brujas. Un político anunció, con mucha flema y poco tino, la celebración del día del halloween loretano, cosechando algunos aplausos de la muchedumbre. El empresario turístico, por su parte, quiso patentar la aparición y mandó a fabricar souvenirs con el slogan: Iquitos: la mágica tierra de la monja sin cabeza. El jefe de los serenos despertó del coma y se halló en medio de una habitación rodeada de personas que le tomaban la mano. Había una luz blanca que le impedía ver el rostro de todos, pero podía apreciar que eran alrededor de seis tipos que portaban instrumentos y le hablaban de un modo extraño. Por un momento pensó que eran médicos, pero no estaban vestidos de blanco. Se encontraba a punto de rogar que no le hicieran daño, cuando descubrió que eran periodistas. Se había convertido en una celebridad por ser el único que vio al inefable monstruo (ahora así lo llamaban). El editor del diario regional le ofreció quinientos soles por contar su historia, el sereno respondió que muchas gracias, pero no estaba dispuesto recordar una vez más la traumática experiencia...por menos de mil soles.

La historia del sereno es la siguiente: la noche de los sucesos se encontraba dando vueltas al rededor del colegio, cuando al llegar a la esquina de Huallaga con Morona se encontró con ella. El sereno relató que la monja en realidad sí tenía una cabeza con todas las de la ley, sólo que como andaba muy encorvada, ésta se escondía entre el ropaje. Llevaba una túnica negra con capucha y echaba humo por la boca y las orejas. Sorprendido pero aún cuerdo, le dijo que estaba detenida por susto en primer grado e intentó cogerla de los hombros. Aquí sucedió lo extraordinario: no tenía cuerpo. Las manos del sereno se paseaban por la túnica sin encontrar señales de un hombro, un brazo o un cuello. Era inasible. El espectro entonces levantó a cabeza. El rostro de un cadáver con arrugas profundas, pómulos afilados y ojos saltones le miró con una furia indescriptible, casi infernal. El sereno dio un grito andrógino y se desmayó (posteriormente quiso aclarar al editor que había gritado para tratar de asustarla, pero ya era tarde).

La edición del diario se agotó con extrema fluidez. Las oscuras inmediaciones del claustro se volvieron más oscuras aún. Empezando la noche los negocios cerraban, los vecinos se refugiaban en sus casas y apagaban las luces. Los bares y discotecas de por allí quebraron. Ni los barrenderos se atrevían a pasar la escoba. Ante el descuido, la suciedad y el miedo, la población hizo lo que siempre hace en estos casos: culpar al gobierno. El Frente Patriótico presentó su plataforma de lucha y su pliego de reclamos exigiendo un basta ya de tanto atropello del centralismo vendepatria y convocó a un paro regional indefinido. Los parchadores de cámara estaban en su gloria. Pero antes de sacar los vidrios molidos, las llantas, los palos y las piedras; alguien (seguramente un barrendero municipal) sugirió que no nos apresuremos: que si todos aguardamos a que apareciera la monja, trabajando en equipo y con un plan coordinado, podríamos atraparla y expulsarla de la ciudad, pero sólo si estamos juntos. La idea era tan simple que a nadie se le había ocurrido. La propuesta fue aprobada y se corrió la voz para que todo ciudadano esté presente a la medianoche en Huallaga con Morona. Prensa, policía, ministerio público, organizaciones civiles y religiosas se unieron para propagar la noticia. Hombres y mujeres se lanzaron a las calles como tantas otras noches, mas esta vez no estaban sedientos de baile y alcohol, sino de justicia. Aquella noche de sábado, por primera vez el Complejo estaba desierto.

Un brujo informó que los fantasmas se asustan con el ruido, por lo que el comisario de Morona mandó a callar a todos. La quietud se volvió más atemorizante que la espera. A través del silencio se podía escuchar el aleteo de los murciélagos agitando las hojas de los pocos árboles que quedaban en la ciudad. De pronto, el rumor de unos pasos aproximándose provocó murmullos entre la gente. La monja sin cabeza caminaba a través de la calle Morona, dio vuelta por Huallaga, cruzó la pista y se refugió en la casona abandonada de la Beneficencia. Nadie se atrevió a decirle algo (hasta dudo que se haya percatado de que todo Iquitos la observaba). Al fin el comisario, en un supremo esfuerzo de valor y coraje, mandó a cuatro policías a revisar la casa.

Tendida en medio de la sala, desnuda y arrojando humo por la boca, nuestro fantasma fumaba un porrito mientras se imaginaba bailando vallenatos en la luna. Los policías suspiraron aliviados. Cubrieron su cuerpo con una manta y la sacaron para que todos puedan verla. Efectivamente, tenía un aspecto horrible. La pobreza y la adicción la habían convertido en un monstruo; su cuerpo era tan delgado y amarillento que, viéndola dormir, seguramente le hubieran dado sepultura.

Los ciudadanos estaban tan impresionados por la forma en que se habían engañado a sí mismos que decidieron guardar el secreto. Así, la monja sin cabeza continúa asustando a las nuevas generaciones, y lo seguirá haciendo hasta que alguien se atreva a contar la verdad, o se agoten los souvenirs.

D.M.Wong



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