miércoles, 28 de enero de 2009

CIGARRILLO (fragmento)


Un día de abril de 1945, un soldado alemán de dieciocho años, afiliado a las Juventudes Hitlerianas, optó por desertar del ejército que se batía en retirada bajo el fuego soviético, y antes de ser capturado por las tropas norteamericanas anduvo perdido sin saber a qué patria pertenecían los sucesivos incendios del horizonte. Huyendo de sí mismo sin destino alguno, sus botas le llevaron hasta un pueblo abandonado en la frontera de Polonia. Durante su larga fuga a través de campos calcinados, el joven hitleriano no se había encontrado con un solo ser vivo, ni siquiera con un perro, de forma que pudo haber imaginado que era el único hombre que quedaba en el mundo después de la hecatombe. Cuando caía la noche y la oscuridad le permitía vislumbrar la realidad de las cosas, el soldado se sentó a descansar en los escombros de una plaza desierta. Tenía el fusil cargado entre las rodillas y en el macuto llevaba un libro de teología. En el momento en que se disponía a fumar el último cigarrillo que le quedaba, vislumbró la sombra de un hombre que emergía de los soportales derruidos. El soldado alemán se puso en pie, aprestó el cerrojo del fusil y apuntó al desconocido, que se le acercaba atraído por la brasa de su pitillo. Se trataba de un joven polaco, de unos veinticinco años, que había desertado del trabajo en una cantera de Cracovia para escapar de una redada de los nazis. Había sido actor de un teatro clandestino, su novia había muerto en Auschwitz y también sentía inclinación por la teología, pero entre ellos ahora no había ningún Dios que les ahorrara el odio. Los dos prófugos, cada uno de un bando contrario, se situaron frente a frente. El soldado alemán ignoraba si aquel individuo venía armado y estuvo a punto de dispararle un tiro en el corazón. Si esto hubiera sucedido, ninguno de los dos habría llegado a papa. Pudieron haber hablado de Dios, de la maldad humana, del mundo que se hundía, pero el polaco Wojtyla se limitó a preguntar: «¿Tiene un cigarrillo?». El soldado Ratzinger le contestó: «Lo siento, me estoy fumando el último cigarrillo de la historia». No hubo más palabras, porque en el mutuo terror de los ojos descubrieron cuánto se temían. Wojtyla se fue alejando por encima de los escombros y a veces volvía el rostro para asegurarse de que Ratzinger no le iba a disparar por la espalda. En Roma, aquel soldado alemán, ahora vestido de blanco, (...) va a hacer santo a aquel actor polaco. Atrás queda la brasa de aquel último cigarrillo brillando aún en la noche.

Manuel Vincent

domingo, 25 de enero de 2009

UNA TRAVESÍA DE TERROR


Mis manos sujetan con fuerza mis parietales frente al espejo, tratando de que mis cabellos recién cortados, exageradamente cortados, se queden quietos. Es inútil. Lentamente empiezan a erectarse, como la entrepierna de un voyeur en el bulevar. ¡Maldito peluquero ebrio! Tenía que sabotearme justo hoy, que tengo que estar frente a personas que no conozco.

Mis ojos se clavan cada tres segundos en el reloj, como si aquello pudiera calmar las mariposas de mi estómago. Casi es hora. ¿Me cepillé los dientes? ¿Me puse colonia? ¿Quité el polvo de mis zapatos? Sí. No queda más que encender la moto y partir. Lástima. ¿Pero...es necesario ir? Las mariposas se convierten en abejorros asesinos.

Ahora voy por Huallaga, el tráfico de viernes desvía un poco mi atención y calma mi ansiedad. Nada mejor que unas cabriolas para recordar que la vida es linda como para arruinarla con preocupaciones fútiles. Un insulto por aquí, la mirada adusta de un chofer por allá, y ya casi estoy en la casa azul.

La puerta gris intimidante, que le da la apariencia de un bunker urbano, me detiene. Está cerrada. Tal vez no haya nadie. Tal vez se postergó. Tal vez sea mejor dar la vuelta y regresar. Sí, eso debe ser. Quizá la lluvia de la mañana les enfrió el entusiasmo y estoy frente a una casa vacía, solitaria, maravillosa.

¡Pero si estuve tocando un buen rato y nadie me abrió! ¡Qué pena, para la próxima! Imagino la cara de Paco escuchándome, incrédulo.

No. Tengo que agotar las posibilidades. Decido tocar brevemente, calladamente, como el susurro del viento en una noche de luna. Ya ves, no hay nadie. Los segundos pasan, mi corazón galopante se vuelve un motor compulsivo y desbocado.

¿Y si fuera cierto? ¿Y si en verdad no hubiera nadie en la pequeña fortaleza? Tal vez, y sólo tal vez, podría regresar con la conciencia tranquila. Las disculpas serían para mí.

Mejor animado, decido tocar más fuerte, como se deben tocar esas puertas frías, austeras y hechas de placas de metal anti-intrusos. El eco de mis golpes es atronador.

La puerta se abre y una ráfaga de viento frío empieza a recorrer mi espalda, desde la zona lumbar hasta la nuca. Pongo mi mejor cara y pregunto por Paco. ¿Cuál es tu nombre? Pasa. Sonrío levemente y me dejo engullir por la casona.

Mi guía me conduce a través de un pasillo largo y poco iluminado. A mi derecha, las habitaciones derraman su luz, llenas de hombres y computadoras. Algunas puertas se cierran al oir nuestros pasos, como si castigaran mi curiosidad. Al final del túnel, una puerta entornada me permite vislumbrar el intimidante auditorio. Paco es el primero en recibirme.

Lo que recuerdo después son minutos en los que pierdo toda concentración, porque estoy más pendiente del control de mi ansiedad que de mis respuestas. Sólo un blogger había llegado. ¡Bendita sea la impuntualidad loretana! Paco nos invitaba a conocernos mejor lanzándonos preguntas de opinión, y al instante reconocí que era un integrador por naturaleza, evitando de manera admirable los prolongados silencios que podrían generar incomodidad.

Me senté adelante, y no quise mirar atrás. No vaya a ser que haya más personas de las que imaginé. ¿Hablar de mi experiencia como blogger? ¿Qué podría decir a sus alumnos? Soy casi tan ignorante como ellos en el tema. Mi blog es austero, sin links, sin twitter, sin publicidad, sin nada. Solo yo y mis temores recreados en personajes fríos, plasmados en relatos desencantados, difusos, atemporales.

Me invitan a pasar al frente y dar la cara al público. Parece que sólo seremos dos. De todas formas el tabladillo no da para más. Mis dedos índice y pulgar se frotan entre sí. No había mesa. Pensé que habría una mesa para esconder mis piernas agitándose con rapidez. Ahora tengo que estar quieto como el mármol.

Paco empieza con las descripciones y los elogios de rigor, que juzgué excesivos y ruborizantes. Me toca decir algo, y sólo puedo decir la verdad. Aunque suene aburrida: Tuve un blog porque podía. Porque una vez me animé a hacer clic en CREAR UN BLOG, luego de que esta frase taladrara mi mente día y noche. En conclusión: tengo un blog porque es imposible no hacer caso a esa frasecita. Ningún amigo me invitó, ningún conocido me enseñó para qué servía. Solamente quería publicar como lo hacían otros, gratis, sin coimas, sin contactos, sin ruegos a los editores, sin tocar puertas que no se abrirán. Aunque no ganara nada. Era todo lo que tenía que decir. El resto es palabrería, anécdota, rodeos destinados a colorear una experiencia gris.

Dos bloggers más llegan a la cita, los oigo con atención, dicen cosas interesantes, pero el público está apático, casi muerto. ¿Tendremos la culpa? No lo creo. Supongo que es normal. Un fotógrafo se pasea disparando flashes. Espero que hayan sacado mi mejor ángulo. (después descubrí que en realidad no tengo un mejor ángulo). A través de la puerta posterior trato de averiguar si ya es de noche. Lo es. Estoy más tranquilo.

Aplausos finales, mi corazón vuelve a su sitio. Paco pone en mis manos un regalo inesperado: su último libro (con dedicatoria, por favor). La ansiedad se convierte de repente en entusiasmo. Saludos, nuevas presentaciones, le pregunto a Paco quién es Franz Max, el único que me deja comentarios. Curiosidades imperdonables. Emovi también se acerca, pensé que vivía en Lima. Una rueda improvisada nos permite hablar de proyectos futuros, de reuniones imprecisas, de intenciones que tal vez no se concretarán. Me separo del grupo y me acerco a Dorian. Tengo curiosidad por ver sus cortos. Lastima. No los vende. Pero me invita a quedarme a escuchar su clase.

En medio de tanta gente me doy cuenta que no me despedí de Luza, ni de Isaac, los busco pero es tarde. Lentamente, los alumnos del taller de cine van ocupando el auditorio. La rueda debe terminar. Acepto la invitación de Dorian y me mimetizo entre el alumnado. No más ojos sobre mí. Estoy más tranquilo. Ahora sé que todo pasó. Mañana, otros serán los que pasen al frente.

No me arrepiento de haber vencido mis estúpidos temores.

P.D. Para salvaguarda de la dignidad del autor, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

miércoles, 21 de enero de 2009

¿QUIERES MI AMOR?


-¿Quieres mi amor?
-¡Tu amor!
-Está sucio
-Dámelo
-Prefiere descubrirte
-Descúbreme
-Además, quiero saber
-Pregunta...
-¿Supón que toco tu puerta?
-Te dejo entrar
-¿Supón que te llamo?
-Y te respondo
-¿Supón que si te llamo hay una desgracia?
-Pero a pesar de todo te dejo entrar
-¿Y si llamando miento?
-Te perdono
-¿Y si te digo canta?
-Canto
-¿Y que le tires la puerta a tus amigos?
-Se la tiro
-¿Y si te digo mata?
-Mato
-¿Y muere?
-Muero
-¿Y si me ahogo?
-Te salvo
-¿Y si te duele?
-Aguanto
-¿Y si de pronto una pared?
-La tumbo
-¿Y si de pronto un nudo?
-Lo desenredo
-¿Y si son cien nudos?
-No me importa
-¿Quieres mi amor?
-Tu amor...
-¡Jamás te lo daré!
-¿Por qué?
-Porque detesto a los esclavos.

Robert Rodevensky

domingo, 18 de enero de 2009

ESQUIZOFRÉNICO EN CARNAVAL



"Enero es el peor de mes de todos. Primero: porque me doy cuenta que se fue otro año y yo sigo aquí, sin mejorar. Segundo: porque todos parecen estar cansados, sin dinero; y eso es malo para el negocio. Tercero: Por que empiezan los malditos carnavales".

- No puedo poner eso. Es demasiado íntimo.

- ¿Íntimo? ¿No se supone que debe ser así?

-Si... pero no digas que "es malo para el negocio". Ése es lenguaje de mafiosos. Además, das la impresión de que soy un fracasado.

- Ándate a la mierda...

- Esta bien, esta bien. Continúa.

"El día de hoy me di cuenta de lo difícil de ser mujer. A partir de las diez de la noche, es habitual encontrar en calles concurridas hordas de muchachos con globos en la mano. No tienen respeto por nada. Ni siquiera se detienen a pensar si en sus bolsos llevan algún artilugio de valor que pueda echarse a perder con el agua, como una cámara o un celular; o documentos importantes. Las mujeres que tengan la mala suerte de encontrarse con estos muchachos no tienen más remedio que entrecerrar los ojos, bajar la velocidad y suplicar por que hayan utilizado agua limpia. Los improperios no sirven de nada".

- Tienes que aclarar que eres hombre. Lo primero que dices puede sonar medio gay.

- ¿Y qué tiene? Cada uno lo interpreta de acuerdo a sus prejuicios.

- Sí, pero... vas a firmar con tu nombre.

- Esta bien, reprimido.

"Quiero aclarar que soy bien macho, pero caballeroso. Por eso me compadezco por aquellas débiles doncellas que son atacadas sin piedad por quienes deberían protegerlas. Levanto una solitaria voz de protesta contra aquellos que abusan de una confianza que jamás les fue otorgada. Sé que a muchos les parece graciosa, inofensiva y tradicional esta forma de demostrar afecto por el sexo opuesto, pero téngase en cuenta que los tiempos han cambiado. La ciudad ha crecido. Nos hemos modernizado. Ya no somos el pueblo pequeño que de noche descansa o se divierte. Las jornadas de trabajo se han extendido, los horarios de estudio se han incrementado, y lo que menos desea un ciudadano cansado es que lo bañen en plena calle y le arruinen su única prenda. Ya suficiente tenemos con el lodo que levantan los vehículos al atravesar las calles anegadas de lluvia".

- Muy bien. Pero me gustaría que no seas tan gruñón. Quizá si borras eso de la voz de protesta. No estás protestando, sólo comentando. Recuerda: es algo íntimo.

- ¿Y qué tiene que te veas gruñón? ¿Hay algo más intimo que confesar que los carnavales te molestan hasta la náusea?

- Déjalo entonces. Mmmm... ahora falta el llamado a la PNP...

- Eso ya esta fuera de moda. No somos periodistas. Me revientan esos sujetos que cuando critican algo terminan diciendo "¿y donde están nuestras autoridades...?" Es inútil. Nos quedamos afónicos. Necesitamos acción cívica.

"Señora o señorita: la próxima vez que alguien le moje saliendo del trabajo o la escuela ¡¡Atropelle al hijo de puta!!"

- No puedes poner eso.

- Ya sé. Aunque ganas no me faltan.

- Muy bien, entonces ¿Cómo terminamos?

- Con lo de siempre, una reflexión resignada.

"Consejos para salir las noches de Enero y Febrero:

1. No lo haga.


2. Si tiene que hacerlo, póngase un impermeable de pies a cabeza y ríase de sus agresores.

3. Si no tiene impermeable, use casco. Suelen respetar a los militares y policías.

4. Si no tiene casco, agénciese de una muñeca, envuélvala con una manta y cárguela como si fuera un bebé. Serían muy despiadados si mojaran a un recién nacido.

5. Si no tiene nada de lo anterior: Desarréglese, ponga cara de anciana furiosa y mírelos fijamente (tome clases de teatro con Rubén Manrique, si es preciso).

6. Y si no puede hacer nada de esto, guarde otra muda de ropa en la cajuela y resígnese al frío de su espalda bombardeada."

- Listo. Oigo pasos que se acercan. Seguramente es mi hermana chismosa. Cállate, que allí viene.

- ¿Con quién hablabas, ñañito?

- Con la señora kety

- ¿Kety?

- Kety importa.

- Malo. Dice mamá que me des la llave de la moto para salir con Janis.

- ¿A ésta hora?

- Sí, de repente un chico churro nos moja. Sería, uau, ¡lo máximo!

miércoles, 14 de enero de 2009

CARTA A JOSEFA, MI ABUELA

Tienes noventa años. Estás vieja, dolorida. Me dices que fuiste la muchacha más hermosa de tu tiempo ― y yo lo creo. No sabes leer. Tienes las manos gruesas y deformadas, los pies como acortezados. Cargaste en la cabeza toneladas de leña y de haces, albuferas de agua. Viste nacer el sol todos los días. Con el pan que has amasado podría hacerse un banquete universal. Criaste personas y ganado, metiste a los lechones en tu cama cuando el frío amenazaba con helarlos. Me contaste historias de apariciones y hombres-lobo, viejas cuestiones de familia, un crimen de muerte. Viga maestra de tu casa, fuego de tu hogar ― siete veces quedaste grávida, siete veces pariste.

No sabes nada del mundo. No entiendes de política, ni de economía, ni de literatura, ni de filosofía, ni de religión. Heredaste unos cientos de palabras prácticas, un vocabulario elemental. Con eso viviste y vas viviendo. Eres sensible a las catástrofes y también a los casos de la calle, a las bodas de las princesas y al robo de los conejos de la vecina. Tienes grandes odios por motivos de los que ya ni el recuerdo te queda, y grandes dedicaciones que se asientan en nada. Vives. Para ti, la palabra Vietnam es sólo un sonido bárbaro que nada tiene que ver con tu círculo vital de legua y media de radio. De hambres, sabes algo: viste ya una bandera negra izada en la torre de la iglesia. (¿Me lo contaste tú, o habré soñado que lo contabas?) Llevas contigo tu pequeño capullo de intereses. Y, sin embargo, tienes ojos claros y eres alegre. Tu risa es como un cohete de colores. Nunca he visto reír a nadie como a ti.

Te tengo delante, y no te entiendo. Soy de tu carne y de tu sangre, pero no te entiendo. Viniste a este mundo y no te has preocupado por saber qué es el mundo. Llegas al final de tu vida, y el mundo es aún para ti lo que era cuando naciste: una interrogación, un misterio inaccesible, algo que no forma parte de tu herencia: quinientas palabras, huerto al que en cinco minutos se da la vuelta, una casa de tejas y el suelo de tierra apisonada. Aprieto tu mano callosa, paso mi mano por tu rostro arrugado y por tu cabello blanco que resistió el peso de las cargas ― y sigo sin entender. Fuiste hermosa, dices, y veo muy bien que eres inteligente. ¿Por qué te han robado, pues, el mundo? ¿Quién te lo robó? Pero quizá de esto entienda yo, y te diría cómo, y por qué, y cuándo, si supiera elegir entre mis innumerables palabras las que tú podrías comprender. Ya no vale la pena. El mundo continuará sin ti ― y sin mí también. No nos habremos dicho el uno al otro lo que más importa.

¿Realmente no nos lo habremos dicho? No te habré dado yo, porque mis palabras no eran las tuyas, el mundo que te era debido. Me quedo con esa culpa de la que me acusas ― y eso es aún peor. Pero, por qué, abuela, por qué te sientas al umbral de tu puerta, abierta hacia la noche estrellada e inmensa, hacia el cielo del que nada sabes y por el que nunca viajarás, hacia el silencio de los campos y de los árboles en sombra, y dices, con la tranquila serenidad de tus noventa años y el fuego de tu adolescencia nunca perdida: «¡El mundo es tan bonito, y me da tanta tristeza morir!».

Eso es lo que yo no entiendo ― pero la culpa no es tuya.

José Saramago

domingo, 11 de enero de 2009

PREOCUPACIONES


-¿No tenías clases hoy?

La pregunta de mi madre me devuelve a la realidad. Su tono de voz, casi militar, derrumba el castillo de naipes en que reposaban mis pensamientos.

-Hoy no tengo ganas de ir. Déjame en paz.

Qué libres seríamos todos si dijéramos la verdad, pero jamás le respondería eso. Me habría puesto de cara a la calle con sólo una mirada.

-El profesor está de viaje, mamá.

Ella se retira con un gesto de conformidad. Después de todo, soy su hijo, su bebé, y jamás le mentiría.

Perezoso y vaquero, siempre fui. Pero últimamente me he vuelto además, muy cínico. Ya nada me impresiona y cuando algo lo hace, trato de minimizar sus efectos.

Mi enamorada me contó la semana pasada, mientras retozábamos en un motokar estacionado alrededor de la universidad, que nuestra separación ya tenía fecha concreta: 10 de Enero. Ese día partiría a Lima a trabajar y la relación iniciaría su prueba más dura hasta ahora. El tema estaba discutido y acordado desde hace días; no había más que resignarse. Pero cuando la vi con el billete de avión en la mano me sentí como un preso del corredor de la muerte al que por fin se le dice la fecha en que será ejecutado. Quería arrancarle el billete y romperlo en pedacitos. Creo que ella también quería que lo haga.

- Ah! ¡Qué bien! -digo, casi entre dientes- Me imagino que ya estarás alistando tus cosas.

- ¿Me vas a extrañar cuando me vaya, amorcito?

- ¡Por supuesto que no, porque no permitiré que te vayas! ¡Te voy a secuestrar si es preciso, y si tu padre viene a buscarte le arrancaré las pelotas con mis propias manos!

Aquellas frases iluminaban mi mente como los relámpagos de una tormenta, pero nunca salieron de mi boca. Más bien puse cara de profesor de filosofía y respondí:

- Eso no lo sé ¿Cómo quieres que lo sepa si todavía no te has ido? Por lógica, no puedo saber lo que sentiré si te vas porque nunca te has alejado de mí más de dos o tres kilómetros. Tendrías que irte para saberlo ¡Haces cada pregunta!

Ella guardó el billete y trató de no llorar.


Es domingo y me levanto temprano para tomar la computadora antes que mi hermano, pero el muy vivo ya la está ocupando. Resignado, me voy a la huerta a conversar con mi padre.

-Tu madre estuvo llamándote para que la acompañaras a misa. ¿Te hacías el sordo o qué?

- ¿Sabes una cosa? Creo que la religión es un cuento.

- ¿Así? Pues creo que tus estudios también lo son. ¿Crees que yo me trago eso de que tu profesor para de viaje? En la cara no más se te ve lo harrrrragán que eres.

Por un momento le miro avergonzado, pero inmediatamente recobro la máscara. Tomo aire profundamente y respondo:

- Si falto tanto es porque no me dejan entrar por la pensión. Hace una semana que se ha vencido.

Mi padre deja de cultivar sus semillas y se pone de pie frente a mí.

- ¿Y porqué no me dijiste, sonzo?

-Bueno, no quería incomodarlos con mis problemas -replico, mirando la tierra de mis zapatos- además, sé que el negocio está muerto en Enero...

Mi padre se limpia las manos de tierra y sube a su cuarto. A los pocos segundos baja con el dinero y yo me convierto en el primer alumno en pagar la segunda pensión.

- ¿Estás seguro que no lo necesitas? - le pregunto antes de retirarme- porque puedo seguir saltando la cerca de atrás...


Mediodía. Almuerzo familiar. Todos masticamos sin hablar. Mi madre rompe el silencio comentando:

- Tú vieras, amor, como se van las viejitas a misa. Señoras bien arrugaditas que no pueden ni caminar están paradas, escuchando al padre.

Mi viejo añade:

- En cambio otros, más jóvenes, desperdiciándose en la cama...

Silencio breve. Finjo seguir masticando. Luego añado:

- Es que a las viejitas les queda poco tiempo para expiar sus pecados, por eso se afanan.

Por la tarde, Rodrigo está en mi sala jugando GTA San Andreas. Yo trato la buscar la manera más educada de echarlo para ponerme a escribir este post. El tema da vueltas en mi cabeza y temo perderlo para cuando acabe.

- Rodrigo ¿No te da vergüenza ser un vago?

- ¿Pues qué quieres que haga? Estoy condenado a ser un vago.

- ¿Cómo así?

- ¿Sabes qué me hubiera gustado ser? Médico Veterinario. Pero aquí no existe esa carrera. Así que tengo que estudiar contabilidad. Entonces ¿cómo quieres que tome en serio una carrera para la que no tengo vocación? Solo me queda acabar contabilidad para tener felices a los viejos, ganar plata y tener mi granja.

- ¿Y por qué no te vas a estudiar a Lima?

- ¿Estás loco? Hace mucho frío y además sufro de los bronquios. Ni cagando.

La mañana del 10 de Enero encendí mi moto y fui a ver a Priscilla. Tenía planeado decirle todo lo que sentía, agotar las palabras hablando de mis sentimientos hasta quedar vacío y expuesto como cecina al sol. Era nuestra despedida. Como su padre no podía ver ni mi sombra, acordamos reunirnos una hora antes en la plazuela de siempre. Cuando llegué, ella me esperaba con los ojos rojos y una sonrisa forzada. Habíamos pasado tantas cosas durante estos tres años, que apenas pude sostener su mirada. No vaya a ser que me quiebre yo también.

Empecé consolándola con argumentos tontos que ni yo me creía. Ella comenzó a llorar y su llanto incontrolable me impacientaba, como tantas veces. Pronto empezamos a discutir. Ella me acusó de no hacer nada por retenerla y yo me refugié en mi indiferencia, minimizando la separación y olvidando todo lo que quería decirle.

Lentamente, y luego de mirar repetidamente el reloj, empezamos a calmarnos. Cuando comprobó que no venía a retenerla, me rogó finalmente que la siguiera a Lima. Y yo, que durante toda la semana había ensayado la mejor manera de decirle todo lo que no le había dicho en estos tres años, yo que había intentado comunicarme con ella y con todas las personas que me consideran un vago o un cínico por resistirme a expresar cara a cara lo que siento, yo, que me desangraría tanto como ella cuando se de vuelta y entre a su casa a tomar las maletas, sólo pude decir, con absoluta indiferencia:

- ¿Estás loca? Hace mucho frío y además sufro de los bronquios. Ni cagando.

Duele transformarse. No puedo despertar un día siendo un hombre sincero y expresivo. Sólo espero empezar a cambiar de a pocos, como una serpiente que muda la piel.

Nunca me había sentido tan solo como hoy.

miércoles, 7 de enero de 2009

LOS NADIES


Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Eduardo Galeano

ESTÚPIDA Y MALDITA GUERRA






WARNING

domingo, 4 de enero de 2009

EL IDIOTA

Un alpinista demoró tres días en escalar una montaña, pero, al llegar a lo alto y ver la belleza del paisaje, consideró pagados sus esfuerzos... Un conductor de helicóptero rió:

-Me basta hacer funcionar mi máquina y en un minuto estoy arriba sin cansarme inútilmente.

Así lo hizo.
Cuando estuvo al lado del alpinista, le dijo:

-¡No sé por qué encuentras hermoso este insulso paisaje!


Alejandro Jodorowsky "Fabula"


El marido se acomodó los anteojos y, haciendo un gesto de fastidio, comenzó a leer mientras desayunaba. La mujer exprimía las naranjas en aquel aparato que nunca pudo manejar del todo bien. Los niños bajarán pronto como lobos hambrientos, y mientras volteaba los huevos en la sartén se preguntaba si aquello bastará para contentarlos. Intentó preguntarle a su marido si deseaba más café, pero ni siquiera había tocado el que tenía en la taza. Además, ya varias veces le había advertido que no interrumpiera su lectura. Los niños bajaron justo cuando ponía la última cucharita sobre la última taza del último de los pequeños. En realidad supuso que venían al escuchar la estampida en la escalera, y quería que todos la encontraran así, acomodando la última pieza, pensando que al verla dirán, “justo a tiempo mamá”. Después de todo, una mesa servida no se genera por combustión espontánea. Pero apenas la miraban y pasaban de largo casi pisándole los pies para ganar lugar. “¿Otra vez avena, mamá?” Tomaban el jugo, los huevos, y mientras se insultaban entre ellos se les hacía tarde para el colegio, lo que les daba un pretexto para salir sin acabar la bendita avena. Mariana ya tenía arrugada la camisa porque se tendió a dormir un rato más y Alfredo derramó algunas gotas de jugo sobre el uniforme, pero no había tiempo para reprenderlos. Como extraído de un sueño, el marido dio un salto uniéndose a la danza de los apurados, se dirigió al callejón a sacar la moto y apenas se despidió de ella mostrándole su generosa espalda.

Ella miró el calendario, recogió los trastos regados por la mesa y empezó a lavarlos. Cuando terminó de acomodarlos se puso a limpiar la casa. Por fin, al mediodía pudo sentarse en el mueble a ver telvisión. Al poco rato su amiga Pocha tocó la puerta.

-Feliz cumpleaños Lupe -le dijo mientras se acomodaba el cabello bajo la vincha.

-Gracias.

-¿Y? ¿A donde pedirás que te lleven?

-No sé. Todavía no hemos hablado de eso.

-¿Pero se acordó no?

Lupe paseó la mirada por encima de la puerta y suspiró.

- Es que tiene mucho trabajo últimamente. Quizá la empresa tenga que reducir personal. Está preocupado.

-Pues también hay peligro de que en su casa haya reducción de personal, cuando lo eches por imbécil. Ya pues Lupe, no tienes que ser tan pasiva. Seguro que otra vez vas a rebajarte a tener que recordarle que se olvidó de tu cumpleaños, y él te dará un beso en la frente y quizá te lleve a comer hamburguesas de carretilla sólo por lástima.

-No voy a recordárselo. Si él no se acuerda hoy nunca más se lo recordaré.

- ¿Y los chicos?

-Apenas saben leer el calendario.

El teléfono sonó y Lupe corrió a contestar. Su marido le avisaba que hoy saldría temprano y llegaría con su jefe para almorzar, pues era su cumpleaños y quería quedar bien para que no lo despida. Le dio instrucciones sobre lo que debía cocinar y le pidió que se diera prisa.

-Le dije que tienes la sazón más deliciosa de todo Belén, amor. No me defraudes.

Cuando ambos llegaron, todo se encontraba dispuesto. Lupe se disculpó por no acompañarlos pretextando un dolor de cabeza, pero apenas se notó su ausencia, pues no bien se sentaron a la mesa empezaron a embutirse los platillos con insaciable rapidez, conversando a boca llena y riendo a carcajadas mientras levantaban en alto los muslos del pollo. Desde la cocina, Lupe observaba la solicitud de su marido para atender los caprichos de su jefe, y le recordaba cuando eran novios. Una vez devorado el almuerzo, el marido se apresuró a pedirle que vaya a comprar tres cervezas mientras su jefe se frotaba las manos haciendo una mueca grosera.

Lupe se negó. Sabía que si empezaban a tomar no pararían hasta quedar debajo de la mesa, y abrigaba la tenue esperanza de que su marido se acordara de la fecha y la llevara a cenar fuera.

- Vamos mi amor -replicó el marido- esto es importante para mí. Ya lo tengo en la palma de la mano. Quizá hasta me ascienda. ¿No quieres que me suban el sueldo acaso?

Tras la primera ronda, vinieron otra más, y luego otras. Los niños llegaron, saludaron apenas y subieron al cuarto. Pocha le regaló un pie de manzana y conversaron un rato en la cocina, tratando de escucharse a través de la bulla del equipo que tocaba las cumbias de moda. Lupe terminó echándola cortésmente para no seguir soportando su mirada condescendiente. Es decir, tenía razón, su marido era un patán ¿Pero que podía hacer ya? Él estaba tirado en el mueble con su jefe, y empezaban a ponerse íntimos haciéndose confidencias mutuas, como siempre pasa con los borrachos.

-Ha sido una gran fiesta, Sifuentes...El mejor cumpleaños que he tenido...

-Usted siempre ha sido como un padre par a mí, don Poncio. Usted es mi inspiración.

El jefe empezó a reir, diciendo:

-¿Y sabes qué es lo más gracioso?

- ¿Qué cosa, don Poncio?

- Que acepté tu invitación por sobre las demás porque tenía que despedirte... ¡Y no sabía cómo! Ja ja ja ¿Te imaginas? ¡No sabía cómo! Nunca me había pasado. Ahora sé porqué -le dijo mientras le ponía el índice en la nariz- Porque eres un ser humano maravilloso, con una linda esposa y unos hijos preciosos.

El marido estaba pálido, y apenas balbució:

- No me despida don Poncio. He sido leal con usted...

- Lo siento hijo. Ya no está en mis manos. Firmé tu carta de despido ayer, pero no te preocupes, eres un muchacho fuerte y sé que a donde vayas, las puertas se te abrirán.

Al ver la rigidez muscular de su pupilo, don Poncio se puso de pie y se despidió. El marido se quedó tumbado en el mueble, como si asimilara lentamente lo que acababa de escuchar, pensando qué cosa pudo hacer mal. Lupe, que había escuchado todo, se acercó a recoger las botellas y mirar de soslayo a su marido, él la miró como queriendo decirle algo con los párpados palpitantes, pero ella dio media vuelta y se dirigió a la cocina a terminar de lavar los trastos.