domingo, 25 de octubre de 2009

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¿Y cuando uno debe despedirse pero no tiene nada que decir...?




Cuídense.

Un abrazo.



Chau.



Hasta siempre.



La vida real siempre será más horrible



que la ficción



If I´m not back again this tomorrow,

Carry on, carry on, as if nothing really matters
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(Queen)


martes, 25 de agosto de 2009

LISTA DE COSAS VANAS


Una habitación.

Una mesa.

Dos sillas.

Una cama.

Un hombre llamado Robert

Una mujer de nombre Selena.

Desnudos.

Liados.

Con sus cuerpos yuxtapuestos.

Un beso en la mejilla.

Un te quiero de corazón.

Una caricia en el pelo.

Labios pegados

con saliva caliente.

Frases torpes

surcos de sudor.

Tres agitaciones.

Dos gemidos.

Una penetración.

Entonces, el cielo se abre

y una luz rosada

envuelve la habitación.

Robert termina vacío

Selena se siente plena.

Los gemidos se apagan.

Las canciones terminan.

Un cuerpo al lado del otro.

Mirando el ventilador.

Se visten.

Se esperan.

Se marchan.

Mañana volverán

a fabricar amor.

martes, 4 de agosto de 2009

HUSKY


La noche anterior me acerqué a la reja, estiré la mano y acaricié su cabeza. Al sentirme, cerró los ojos y se quedó dormido. Era raro, pues siempre mantiene los ojos abiertos cuando lo acarician. Estuve un rato observándolo, eché llave a la puerta y subí a dormir.

Era el quinto día de su postración. Cinco días en los que no había comido nada y vomitado tanto, siendo llevado a cuestas de motokar en motokar, de veterinario en veterinario, sin que nadie pudiera dar respuesta de su estado. Arrojando una cosa verdusca y gritando quién sabe qué insoportables dolores durante la noche. Ya extrañaba sus ladridos, sus travesuras, la forma en que esperaba a que nadie lo viera para que corra a esconderse bajo la mesa y así mirarnos almorzar, con esos ojos tristes. O cuando corría a la casa del fondo a buscar a la perra flaca para tratar de montarla, aunque siempre terminaba rechazándolo a mordiscos.

Al día siguiente, al salir a trabajar, lo dejé como siempre: rodeado de periódicos que servían para absorber todo lo que vomitaba durante la noche. Le cambié algunas hojas usadas, lo volví a acariciar y partí.

A las dos horas mi madre llegó a la tienda. El perro se está muriendo. Voy a ver otra vez al veterinario para decirle que su tratamiento no le está haciendo nada. Está peor.

Cogió algo de dinero y cruzó la calle. A la media hora volvió. Dice que lo traiga nuevamente en la tarde. Me va a cobrar 25 soles esta vez (ya no los habituales 55). A las 3 tenemos que llevarlo al Hospital Militar a que le saquen una placa.

Regresó a la casa con los ojos brillosos. Por primera vez me invadió el temor de que quizá podía morir. Husky es un perro fuerte, y durante sus siete años de vida ha enfrentado cosas peores. Ha sido atropellado, se ha intoxicado comiendo basura, ha sido apaleado por vecinos furiosos, y siempre ha vuelto de la muerte más fuerte que nunca, moviendo la cola como si nada. Recuerdo que una vez, una especie de sarna invadió su cuerpo hasta dejarlo casi sin pelos. Los veterinarios sugerían la eutanasia para aliviar su sufrimiento. Mi madre y hermana dejaron de hacer consultas y se pusieron a cuidarlo con dedicación, curándole las heridas con una paciencia frailuna. Su recuperación fue increíble. A los pocos meses el pelo le volvió a crecer, más suave aún, y al cabo de un año ya estaba como siempre. Lanudo, juguetón y panzurriento.

De peores cosas ha salido, pensé nuevamente.

A la una cerré el taller y me fui a casa. Al meter la moto, papá me atajó en la puerta.

- Ya se murió. Reciencito no más. En todo el día no había gemido, sino que estaba quieto, mirando la gente que pasaba. Pero hace un rato dio un aullido como de lobo. Luego agachó la cabeza, y se quedó ahí.

Tuve ganas de dejar tirada la moto y correr a verlo, pero traté de mantener la calma. Al entrar a la casa, mamá hablaba con mi hermana por celular. Lloraba con voz apagada mientras trataba de darle la noticia. Husky ha muerto. Uno de sus hijos ha muerto. Una parte de nosotros ha muerto.

Me acerqué a él. Era como si dormía, sólo que su respiración agitada ya no estaba más. Su lengua azulada tocaba el piso. Sus ojos a medio cerrar se habían vuelto grises. Aún estaba gordo. 20 kilos de puro corazón. Sentí a mi garganta como mármol mientras examinaba su cuerpo con respeto. Pensamientos sin sentido me asaltaron de repente ¿Quién me esperará por las noches cuando llegue de la universidad? ¿A quién voy a regalarle la comida que no me gusta? ¿Quién me lamerá los jeans cuando venga mojado por la lluvia? ¿Quién me moverá la cola y pondrá sus patas delanteras sobre mi estómago para estirarse? ¿Quién me mirará con esos ojos tristes cuando abra la puerta, suplicándome que lo deje pasar para comerse las migajas de pan que cayeron al suelo?

No pensé que la muerte de un animal dejara un vacío tan grande en la familia. Supongo que con el tiempo llegamos a asumir que Husky siempre estará ahí, como si fuera una creación nuestra. O tal vez imaginé que moriría viejo y cansado, como todo perro fuerte, luego de regalarnos unos cinco años más de su juventud. Pero nunca, nunca imaginé que moriría de forma tan dolorosa y cruel. Sería fácil buscar culpables. Odio a los veterinarios que nunca supieron decirnos qué sucedía, sobre todo a los de consultorio particular, que decían "dale esto, tráelo mañana y ya veremos que tiene". Costo por consulta: 40 soles promedio. Los diagnósticos han sido tan dispares, que llegué a la conclusión de que nunca supieron lo que tenía, pero querían que siguiéramos trayéndolo. A saber: cirrosis, estreñimiento grave, tumor, golpe por atropello, envenenamiento. La más sincera fue la dueña de una tienda de mascotas: "hazle la eutanasia. Vas a gastar un montón de plata y se va a morir antes que sepas lo que tiene. A propósito, me han llegado unos cockers divinos..."

Pero ya no es tiempo de pensar en eso. Sólo quería describir lo que sentí durante las últimas horas de Husky. El dolor y la pena al ver su cuerpo en el callejón, sin vida. Esa sensación de "no es cierto, no puede estar pasando", que a todos nos invade alguna vez y que no hace más que descubrir el inmenso amor que sentía por ese animal. Mi mascota. El Husky. A algunos les parecerá ridículo apenarse tanto por la muerte de un perro. También me lo parecía a mí, pero cuando pasas siete años de tu vida con un compañero fiel, la vida se te hace tan corta que no puedes menos que sentir un vacío angustiante al llegar de noche y comprobar que la casa no volverá a ser la misma, sin él.

P.D.: Ayer mis sobrinos me dieron una noticia agridulce. Su última travesura poco antes de morir: consiguió preñar a la flaca. Tengo curiosidad por saber si alguna de sus crías se parecerá al padre, pero sólo eso. Aún no es tiempo de pensar en mecánicos reemplazos.

Imagen: Una de las tantas fotos que le tomó mi hermano. Su fan número 1.

sábado, 18 de julio de 2009


Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir? Si vives en un palacio de porcelana donde tus manos finas jamás apreciaron el trabajo duro ¿Acaso no eras tú la que pasaba las horas muertas recostada en su ventana, apreciando el desfile de niños con trajes raídos y pies descalzos entonando el himno nacional, preguntándote si aquellas criaturas no habrán escapado de alguna fábula de los hermanos Grimm? ¿Qué sabes tú de la amistad, si todos los días un séquito de hombres y mujeres se presentan a la puerta del palacio a regalarte admiración, rendirte pleitesía con sus sonrisas forzadas, y cuando tratabas de mirar aquellos pares de ojos y encontrar el reflejo de tu alma, te sabías querida y solitaria a la vez?
¿Qué sabes tú del amor? ¿Acaso las princesas se enamoran? Tal vez en los cuentos de Hadas. Pero eres tú una princesa de carne y hueso. Forjas alianzas imposibles, creas ejércitos, pones a trabajar a miles de hombres con una palabra de tus labios. Tus deseos de amor deben perecer aplastados bajo el peso de tus responsabilidades.
¿Y ahora, cuando el mundo entero te exige respuestas ante tanta incertidumbre, cuando por entre las celosías de tu balcón has visto a la muchedumbre apretarse por oir lo que tienes que decir, simplemente bajas la cabeza y confiesas una pena muy grande por un amor no correspondido?
Mentira ¿Quién podría no amarte?
¿Puede alguien acaso negarse a tocar tus labios con los suyos? Más le valdría a la Luna estrellarse contra la Tierra.
Los mortales sólo vivimos para adorarte. Tus penas lucen pálidas rodeadas de tanta felicidad.
Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir?
Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir?
Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir?

lunes, 29 de junio de 2009

Pirulí


ESTIMADO LECTOR: MI CEREBRO ESTA... TEMPORALMENTE... FUERA DE SERVICIO.

O lo que es lo mismo, no habrá relato esta semana. Lo intenté, pero tampoco se trata de escribir cualquier tontería para cubrir la cuota semanal. Ups, lo estoy haciendo... pero esto no cuenta ¿verdad?

lunes, 22 de junio de 2009

MASA


Como cada fin de mes, Mauricio arrellanó sus posaderas en una de las bancas de su bar preferido y pidió la primera ronda.

Junto a él, sus amigos de profesión, trabajo y reventones celebraron su rápida iniciativa con un par de palmadas en el hombro, al tiempo que comentaban lo buena que está la mesera.

Las luces opacas dejaban ver a duras penas el recinto, que derramaba cumbia por sus cuatro esquinas. Las paredes brillantes estaban decoradas con afiches de mujeres-lomo. Más abajo, salpicaduras de cerveza y escupitajos resecos formaban una especie de zócalo a lo largo de todo el salón.

El bar estaba lleno, como en todo día de pago. Mauricio abrió su billetera y trató de adivinar cuántas cajas podrían alcanzarle con su sueldo intacto. Luego sonrío: las suficientes para intoxicarse hasta morir.

Tras la primera ronda llegaron otras y luego más. La algarabía de los amigos crecía a la par de su desvergüenza y procacidad. Juntos se lamentaban de las injusticias de la vida y las malas hembras que les habían tocado por mujeres. Se sentían incomprendidos.

A las dos horas llegó el hijo menor de Mauricio, de siete años. Le rogó que volviera a casa porque era vísperas del día del padre y en la actuación de su escuela había preparado un número de poesía para él.

Pero el borracho ¡ay! siguió chupando.

Poco después apareció su hija, la mayor, que en un tono más serio le imploró que regresara a casa antes de que termine tirado en la pista bebiendo su propio vómito, como siempre.

Pero el borracho ¡ay! siguió chupando.

Luego apareció la esposa, y con los ojos en lágrimas, le suplicó que no se gastara todo el sueldo en el bar recordándole las cuentas por pagar y las carencias que tienen que sufrir sus hijos por su beodez.

Pero el borracho ¡ay! siguió chupando.

Finalmente llegó su suegra, una vieja de abundantes carnes y manos de abanico. Sin mediar palabra se acercó a él y le dio un sopetón en la nuca que casi le hace mascar el vaso. Le cantó en un par de líneas toda su vida y le advirtió que si quería quedarse, era su problema, pero la billetera con el sueldo regresaban a casa con su hija en ese instante.

Entonces todos los hombres de la mesa le rodearon, les vio el borracho triste, emocionado, se incorporó lentamente, abrazó a su mujer y echóse a andar.

domingo, 14 de junio de 2009

UBICATE


- Qué difícil es acercarse a hablar con ella, Miguel. Yo trato de llamar su atención con mis opiniones profundas y mi voz varonil, pero ella ni caso me hace. Es todo lo que puedo hacer. Jamás me acercaría a hablarle. No quiero que se sienta intimidada ni que me tome como un tonto más que quiereflirtear con ella. Pero a pesar de mis señales externas, a pesar de comprarme el perfume que escuché que le gustaba y peinarme con la raya al costado como dizque le fascina, ella aún ni siquiera sabe que existo. El colegio va a terminar en unos días y no he podido robarle un beso. No, no quiero un beso. Quiero estar con ella. Para eso tengo que hacerle saber que existo. La otra vez me la encontré por la calle y traté de saludarla, ella me quedó mirando como si tratara de ubicar mi rostro en algún lado. Luego levantó brevemente las cejas y siguió su camino. Necesito impresionarla de alguna forma, pero no se me ocurre cómo. ¿Qué probabilidades hay de que un chico como yo se junte con alguien como ella? ¿Acaso ustedes no se burlan de mí a cada rato llamándome feo, negro,cholo, cara de caño y mil insultos que, más que ofenderme, me entristecen porque ella también los escucha? ¿Creen que Daniela , con sus bucles finos y su piel de porcelana, con sus ojos castaños y su cuerpo de muñeca, se atrevería a pasear del brazo conmigo por la Próspero mientras nos comemos un cono de helado de La Favorita?Ahh , Miguel, si ella fuera mi pareja en el baile de Promoción ¿te imaginas? Yo entrando del brazo de ella por el arco principal, posando juntos para sorpresa de los cientos de curiosos. Pero ya lo sé, va a ir con su primo el cadete y no hay marcha atrás. Sólo estoy soñando un poco.

Miguel tragó saliva mientras escuchaba los lamentos de su amigo. Luego preguntó:

- ¿Y yo puedo ir con tu hermana al baile de prom?

José abandonó sus cavilaciones y le miró fijamente.

- ¿No ibas a ir con tu prima la loca?

- No me inspira confianza, además es media cochinilla.

- Mmmm... no Miguel, no puedes. Mi hermana va a ir con Peter, mi vecino el ingeniero. La va a llevar en su carro y se ha ofrecido a comprarle el vestido y los zapatos. Ya hace meses que está arreglado. Lo siento amigo.

- Pero ella me dijo que no quiere ir con él...

- Ella puede decirte muchas cosas porque es una chica confundida, pero se irá con Peter quiera o no. Mis papás ya la tienen bien advertida. Además. tú sabes que en casa no hay dinero y jamás podríamos costearle un vestido decente y nos zapatosglamorosos. ¿Tú podrías acaso?

- Tengo mis ahorros, podría...

José permaneció un rato en silencio, tratando de imaginar la escena.

- No pues, con Peter es otra cosa. ¿Te imaginas? Alto y gallardo con su terno azul, al lado de mi hermana, ayudándola a bajar del auto. No podrías comprarte un auto. ¿o sí?

Miguel bajó la cabeza.

- Las cosas en su lugar, entonces, como debe ser. Tu vas con tu prima la loca, mi hermana va con Peter el ingeniero...

- Y Daniela con su primo el cadete -agregó Miguel.

José sintió como una espina en la garganta, pero luego movió la cabeza dolorosamente. Cambiaron de tema.

Miguel tenía que contarle muchas cosas aquella tarde. Excelentes noticias. Daniela le había hablado. Formaban un grupo de trabajo en Historia del Perú y se reunían periódicamente en su casa para tratar temas diversos. "Me gusta tu amigo José" le había dicho. "Es lindo. Tiene unnosequé que me atrae. Es atento con las demás chicas pero he notado que a mí no me habla. ¿No le puedes preguntar qué siente por mí? Claro, no le digas que yo te dije.Pregúntale así de casualidad"

Pero Miguel jamás le preguntaría nada después de escucharle, porque las cosas deben estar en su lugar. Cada uno se ubicará en el escalafón de la sociedad de acuerdo a sus prejuicios. A José le corresponde estar a la altura de Miguel, por debajo de Peter el ingeniero, de Daniela la bella y su primo el cadete, aunque sólo él lo vea de esa manera. Al final, así funciona el mundo, pensó. La pobreza o la fealdad no son más que un estado mental.

Y en la fiesta de prom, cada roto bailó con su descosido.

domingo, 7 de junio de 2009

HOY ES UN DIA DE LUTO


A un pueblo olvidado de los tantos que hay, llegaron un día unos hombres de acento extraño y dijeron: ésta tierra nos pertenece.

Luego mostraron a los pobladores unos papeles sellados donde, según ellos, decía que eran los nuevos dueños.

El pueblo, resignado, se movió más al sur, llevándose consigo todos sus bienes.

Al poco tiempo llegaron otros hombres de acento incomprensible pero similares intenciones que dijeron: Esta tierra se la hemos comprado al Supremo Gobierno. Ahora nos pertenece. Váyanse más allá.

Y el pueblo obedeció, porque esa cosa que llamaban Supremo Gobierno les inspiraba temor. En las Escuelas públicas se les enseñaba que debían amar al Supremo Gobierno porque les daba todo, aunque ellos nunca recibieron más que una escuela deshabitada, un hospital a medio construir con un médico veterinario y muchos, pero muchos impuestos.

En su nueva y reducida tierra siguieron pescando y cultivando. Hasta que por tercera vez llegaron otros extraños a decirle: "Esta tierra ahora es nuestra"

Y ellos, cansados de no tener dónde pescar ni cazar, decidieron resistir. El Supremo Gobierno mandó a reprimirlos, no con políticos, sino con soldaditos de plomo, hijos y parientes lejanos de los propios pobladores.

Cuando ambos bandos se vieron las caras fue como si se reflejaran en un espejo. El jefe mando a usar los fusiles, el alcalde mandó a usar las lanzas. Los hermanos cayeron matándose entre sí. El representante del Supremo Gobierno retiró los cuerpos, limpió la sangre del campo y se la ofreció al empresario extranjero que llegaba con sus planos de perforación. Este pagó los dólares que le exigieron y luego perforó.

El representante del Supremo Gobierno se dirigió al resto del Perú, mostró los dólares que el extranjero le había dado y dijo: "El Perú avanza".

Las palabras me faltan cuando la rabia es grande. Mi solidaridad con todos los que murieron absurdamente.

martes, 2 de junio de 2009

HOY ES UN DIA DE FIESTA


"Hay ciudades que no se ven con los ojos; ciudades que, habiéndolas visitado varias veces, siempre tienen algo de primera vez. Se dice que Iquitos es así: mágica, misteriosa, seductora. Yo ni pongo ni quito. Si aplicamos las reglas de la técnica freudiana de la asociación libre, en lo primero que piensa la mayoría al pronunciar la palabra Iquitos es en una boa, una mujer con el pecho desnudo, o una boa enroscada a una mujer con el pecho desnudo. No he venido a contarles sobre ese paraje rural. Hace mucho tiempo que Iquitos es una urbe tan compleja como la misma capital. Anímate a conocer querido lector, a través de estos relatos, lo que nunca te contaron de nosotros."

Así empezaba hace un año este blog, que me ha permitido conocer mucha gente y me ha abierto más puertas de las que imaginé (algunas que espero tener el valor para cruzarlas un día), además de expresarme mejor y canalizar mis demonios, liberar las tensiones y acariciarme con sus comentarios siempre generosos.

54 historias al ritmo de una por semana (menos tres que no son de mi autoría). Algunas mejor que logradas que otras, pero todas criaturas mías a las que amo por igual. Es tan poco tiempo, lo sé, pero déjenme que me felicite. Total, mi mostrito se lo merece. ¿Quién más lo recordará si no?

FELIZ CUMPLEAÑOS, IQUITOS EN RELATOS.

Y gracias a ustedes por mantenerlo vivo.

domingo, 24 de mayo de 2009

MI SERIE ROSA


No tengo ganas de escribir. Estoy depre. Los dejo con un fragmento de una novelilla que escribí hace tres años y que aún espera ver la luz. Está un poco subida de tono, así que no es apta para menores de edad (Jo y Lalinka, cierren los ojos, humm).

Para que la entiendan mejor (si cabe) está ambientada en 1999, en la Universidad de San Marcos y alrededores. Época en la que protestábamos por el chino rata y todo lo demás.

En fin. Quisiera un abrazo...

Capítulo VII

Teníamos que dar diez soles cada uno por la bandera, me lo comunicaron no bien bajé las escaleras de la entrada principal. El secretario de grupo, un flaco al que decían Baqueta, se quedó esperando a que revise mis bolsillos. Esa actitud casi hamponesca terminó por molestarme y lo dejé plantado para dirigirme al Lechuza.

- Esto cubre la bandera y todas las contribuciones futuras - le dije extendiéndole los cien soles que Bernabé me había dado- Como sabes, los exámenes están cerca y tengo que estudiar, así que no podré estar con ustedes todo el tiempo.

Él me miró desconfiado, pero recogió el dinero y me estrechó la mano diciendo que si tenía problemas no dude en llamarlo. Por la tarde compraron la banderola, se reunieron como siempre en la Plaza Bolívar y desde allí marcharon a Palacio, exigiendo la renuncia del dictador. Cuando intentaron desplegar su bandera a lo largo de la reja, la policía no lo permitió. Era de importancia vital que se leyera el mensaje, que los periodistas tomen fotografías y comenten, pero los uniformados empezaron a arrebatar la tela y hacerla jirones. Los jóvenes del pueblo protestaron, insultaron, patearon y se armó el bochinche. En medio de gritos y forcejeos, una piedra se estrelló en la nariz de un uniformado y éste cayó inconsciente, encharcado en sangre. Fue entonces que conocieron la verdadera brutalidad policial. Por la televisión pude ver al Lechuza, al Baqueta, a Miguel y a Federico capturados, levantados entre cuatro para meterlos al patrullero, con las cejas abiertas y los pómulos moreteados. La reportera informó que en sus mochilas se encontraron botellas de gasolina y propaganda senderista. Lo decía mientras pasaba imágenes de San Marcos en los años ochenta y el testimonio de un experto acerca de la peligrosa influencia de la ideología comunista en los jóvenes de hoy, que debemos estar atentos y otras afirmaciones por el estilo. Cuando acabó el circo, pensé en mis compañeros y en lo que Bernabé me dijo.

En la facultad se convirtieron en héroes, se hablaba del atropello y exigían justicia, se escribían cartas, se organizaban marchas, aunque siempre de la boca para afuera, pues cuando yo conversaba en confianza sobre el asunto me decían que bien merecido se lo tenían y que estaban hartos de los terrucos. El único que se expresaba libremente era Ivan, mas nadie le hacía caso. Yo intenté acercarme a él pero desgraciadamente entendió que lo hacía sólo porque mis amigos estaban en la cárcel, y me mandó a peinar calaveras.

Entonces, se corrió la voz de que habían sido traicionados por un soplón, y las coincidencias me acusaban. El Lechuza se devanaba los sesos pensando qué había salido mal, ¿porqué la policía no los dejó colgar su bandera cuando tantas veces lo habían hecho antes? ¿porqué lo hicieron sin siquiera leer lo que estaba allí escrito? ¿por qué Martín se retiró del grupo un día antes de ser arrestados? ¿Porqué le dio cien soles cuando la cuota era de diez; de dónde sacó dinero si él anda misio? y si estaba enfermo, ¿por qué se quedó en la universidad hasta la noche?

Para entonces yo trataba de aprobar el semestre con buenas notas y me estaba yendo mal en el intento. El curso del profesor Salazar resultó ser el más difícil. Sus separatas eran de al menos cincuenta hojas, tocaban temas bastante complicados que simplemente nos ordenaba leer sin explicarnos, y si algo no entendíamos era porque somos demasiado flojos o demasiado brutos para la carrera. Le puse tanto empeño que llegué a aprobar con quince, a sólo un punto de la nota mas alta (obviamente la de Ivan).

El mayor premio fue escuchar las felicitaciones de Marilyn, una flaquita que me hacía soñar. Siempre bonita y arreglada, siempre educada, cabello largo, ojitos de miel, cintura breve, carita tierna. Cuando me pedía que le preste mis apuntes era como si me acariciara con su voz. El día de su cumpleaños nos pusimos de acuerdo para llevarla a bailar al bar que está frente a la universidad, en la avenida Venezuela, y entre todos le regalamos una caja de cerveza. Porque sépase que Marilyn no era de esas chicas melindrosas que fingían hacerle ascos a la cerveza. No. Ella tomaba como cosaca, y cuando el licor se le metía bien en las venas se veía más linda aún.

Como era un día de semana, mis amigos y yo fuimos los únicos en el local. Todos sabían que estaba detrás de ella así que era el momento perfecto para el corralito. Venía Susie, tomaba nuestras manos y nos arrojaba a la pista de baile en medio de vítores. Bailábamos sin mirarnos, escuchando a los Ronish, amigos traigan cerveza quiero tomar para olvidar, luego me sentaba y olía el crudo aliento de Willliam sugiriéndome aprovechar el momento. Aprovecha huevón que está borracha. ¿Declararte? oe Remy, dice que no se ha declarado todavía...esas son huevadas cuñao. ¿Qué puta tienes tú, o sea que si la tienes en tu cama con su conchita abierta le vas a decir que no puedes cacharla porque no te has declarado? La imagen de esas palabras me excitaron ¡Qué huevón eres! ¿No ves que se muere por ti?

Ella me alcanzaba la cerveza y ellos cambiaban de tema, ella se recostaba en mi pecho y ellos me hacían gestos desesperados, que la tome del mentón, que le acaricie las mejillas, que la bese de una buena vez para que puedan sentirse hombres, carajo. Hasta ensayaron entre ambos para mostrarme. Maricones. La música sonaba más alta lacerando mis tímpanos, la cabeza me dolía, sentía nauseas, pero decidí hacer lo que ellos querían, lo que yo quería. Marilyn continuaba recostada en mi pecho con los ojos hundidos, la respiración agitada y la cabeza revuelta. Muy lento, levanté su rostro frente a mí y con un hondo suspiro estreché sus labios con los míos, recogiéndolos, mordiéndolos, provocando que todos los testigos estallaran en bulliciosos alaridos, celebrando un triunfo ajeno. Abrí mis ojos y alcancé a ver los suyos entre las luces de colores, justo antes de que vomitara sobre mí.

Apenada, corrió a refugiarse al baño mientras yo gastaba servilletas entre la bacanal. Incómodo por el olor de aquel fluido, me levanté para ir a buscarla y la encontré llorando detrás de la puerta. Al verse descubierta rápidamente se secó las lágrimas y me pidió disculpas. Acaricié su cabeza con ganas de darle un abrazo, pero era imposible. Estábamos sucios. Salimos a la calle furtivos, dejando a nuestros amigos danzar entre botellas a medio consumir.

Afuera volví a besarla, secando sus lágrimas. Nos abrazamos, nos consolamos, dejamos que el rocío enfriara nuestros cuerpos y los tornara sedientos de algún refugio. Siluetas de hombres y mujeres, de vehículos y perros desfilaban ante nosotros sin sentido, como ornamentos de una escena, nuestra escena. Y nos quedamos así un largo rato hasta que la tomé de la mano y alquilé un cuarto en el siempre conveniente hospedaje de al lado. Ella entendió. No podía llegar a casa en ese estado, ni yo con ese olor.

Al entrar a la habitación, el aroma artificial del ambiente me recordó a los consultorios. Las sábanas, opacas bajo la luz cansada, no dejaban ver ningún pliegue, cual si fueran láminas de aluminio. El piso estaba alfombrado y se sentía extraño debajo de las suelas. También había una mesa de noche y una lámpara de campana que no encendía. La ventana daba a una oscura callejuela de tierra sobre la que paseaban algunos individuos aprovechando la oscuridad para ganarse unas monedas. Recuerdo cada detalle porque estaba ansioso, para qué mentir. Me quité la camisa y la remojé en el baño fingiendo concentración, pero la espiaba. Se había sentado en la cama y paseaba sus ojos por las paredes rosadas, esperando su turno, cómoda y cansada. De vez en cuando me contemplaba y sonreía, de vez en cuando le sonreía y contemplaba. Levantó el cuello, se arrimó el pelo haciéndose una cola y empezó a desabotonarse la camisa. Yo tragaba el exceso de saliva y mi respiración se agitaba a medida que sus manos iban pronunciando ese escote. Se la quitó completa, descubriendo un tierno sostén de copa breve, adecuado para su delicado cuerpecito. De pronto sentí que al agua me caía en los zapatos y me apresuré a cerrar el caño. Cuando volví a mirarla estaba junto a mí, puso su camisa en el lavatorio y me llevó a la cama haciendo que me quite los jeans. Dudé, pero sus ojos me llenaron de certezas. Después de todo ¿para qué negar sus deseos? Yo me moría por verla desnuda. Tenía tanta curiosidad por explorar su cuerpo finamente tallado que no me contuve y empecé a desabrocharle el pantalón mientras ella se recostaba mirando hacia el techo, cerrando los ojos y moviendo la cabeza como si recibiera un masaje. La contemplé un instante mágico, luego me acosté a su lado y acaricié su rostro, su vientre, las maravillosas copas, su gracioso calzón de lunares, sus frágiles pies. De pronto, como si mis manos hubieran activado algún poderoso sensor, alguna emoción oculta, me tomó del cuello y me apretó contra sí, metiendo sus delicadas manos bajo el calzoncillo que me estrechaba cada vez más. Nos pusimos de rodillas sobre la cama sin dejar de besarnos, dicho mejor, de comernos, ella despojándome de mi única prenda y yo luchando con los broches de su sostén. Tuve pánico de hacer el ridículo y los arranqué con fuerza fingiendo pasión desmedida. El momento más sublime fue cuando bajé su calzón gracioso y descubrí sus delicados y finísimos vellos casi en mi rostro, como los había soñado tantas veces: negros, desenfadados y con un ligero olor que de inmediato asocié con el placer. Los besé tiernamente, como se besa la cabeza de un cachorro y ella se retorció cosquillosa, empujándome con suavidad mientras se acomodaba otra vez el pelo. Luego se acostó con las piernas abiertas, mirándome, sonriendo, frotándose el tesoro recién descubierto y haciéndome sentir el pirata más dichoso. Yo miraba extasiado la pequeña, rosada, expuesta y resbalosa flor que me mostraba con sus dedos, separando sus vellos mojados. Pensé en las palabras de William. Entonces, la enjaulé con mis brazos a la cama y la penetré. Podía sentir su vagina acariciándome con su estrechez, haciéndome estremecer con cada latido, con cada suspiro, con cada gemido tiernamente exhalado. Podía sentir, como si fuera mío, esa mezcla de placer y dolor que sus ojos reflejaban mientras mi boca sedienta buscaba sus labios suaves, su cuello sudoroso, sus pezones oscuros y redondos que coronaban las pequeñas colinas de su pecho. Podía sentir sus manos en mi vientre y sus piernas atenazándome, controlándome, sujetándome fuerte hasta quedar rendida con un grito profundo y desesperado, que no era un grito de amor, sino la sorda saciedad de un oscuro deseo. Antes del orgasmo quise retirarme, pero ella no dejó que me moviera hasta acabar, agarrándome de las nalgas, disipando mis preocupaciones con sus caricias, con sus besos, con sus manos que me guiaban hasta sus senos, haciéndome estremecer con su lengua sobre la mía, hasta el final.

Acabamos en silencio, ebrios y desnudos. Me quedé dormido y cuando desperté, ella soñaba como un ángel. Amé sus ojos cerrados, sus pestañas circulares, amé su muda sonrisa y la manera en que colocaba la cabeza sobre la almohada. Y pensar que este pequeño y tierno ser que ahora retozaba junto a mí acababa de enseñarme los maravillosos misterios del sexo, las prohibidas cumbres del placer.

Salimos bajo el sol indeciso y caminamos en silencio hasta el paradero, aunque tomados de la mano. Era mejor así. Las palabras hubieran contenido promesas rotas. Ella lo sabía, pero yo no. En ese instante sólo quería que todos los carros de Lima se quedaran sin gasolina para poder explicarle cuánto la necesitaba ahora que le pertenezco, pero sólo pude decir que la pasé muy bien mientras se despedía desde el estribo. Sólo al llegar a casa, descubrí en el bolsillo de mi camisa recién aireada su gracioso calzón de lunares.

Chachachachaaaaannnn si quieren saber como termina la historia adquieran un ejemplar de esta obra. Disponible en librerías, bodeguitas y kioskos esquineros a partir del 3 de Junio del 2055.

Realmente necesito un abrazo :_(

domingo, 17 de mayo de 2009

MÚSICA


Corría el año de 1987. Los motocarros sólo tenían dos asientos, aún circulaban los taxis amarillos, las motos chalys eran todo un furor, y el raspadillo de molino verde era tan popular como el triciclo de D´onofrio hoy en día.

Mi madre aparece en el umbral de la casa, con una enorme caja en la mano. Yo sospecho lo que es, pero me resisto a creerlo. Mi padre extrae de ella un enorme órgano de cinco octavas marca Casio, lo instala con esmero y luego me lleva de la mano al asiento para que lo pruebe. Tenía seis años.

Campanero, campanero, ding-dong-dang, ding-dong-dang, toca la campana, toca la campana, ding-dong dang, ding-dong-dang.

Mi madre aplaudió como una loca y me besó la frente mientras mi padre me estrujaba entre sus brazos. Ese día empezaría a recorrer el largo camino del músico aficionado.

Pocos meses después tocan a la puerta. Al abrir, me encuentro con un anciano en su bicicleta. Me sonríe. Me dice que es mi profesor de piano. Arrastra una pierna. La tiene más pequeña por la polio. Mis padres le hacen pasar y a mí me llevan hasta el teclado para que el maestro compruebe mis aptitudes.

Los pollitos dicen, pio-pio-pio, cuando tienen hambre, cuando tienen frío.

Mi madre sonríe orgullosa, el anciano sonríe escéptico. Va a ser un largo camino, dice. El maestro Luis Arrarte empezó a venir tres veces por semana a mi casa. A mis seis años, el viejo me intimidaba. Tenía unos pelos enormes que le salían por la nariz y las orejas. Usaba una camisa de yute y olía a viejo pero en serio. Empezó enseñándome el pentagrama, las notas, el valor de cada una, y a ejecutar escalas simples. Era un cascarrabias. Varias veces se me hacía un nudo en la garganta cuando me gritaba (luego de haberme matado ensayando toda la semana) que soy un sicario de la música.

Y no era que yo me quedara tranquilito escuchando sus filípicas. Varias veces intenté sabotearlo. Llenaba de tachuelas la rampa para que cuando pasara con su bicicleta se le reviente una llanta, alteraba el transformador del teclado para que no funcionara, hasta bajaba la llave de la luz para decirle que no había corriente. Un día mi padre me sorprendió haciendo esto último. Yo ya me encontraba en la puerta atajando a mi maestro, contándole la triste noticia de la falta de corriente, cuando de pronto las luces se encendieron. Mi padre me llamó a un lado y me dijo que si lo volvía a hacer me borraría la raya a punta de nalgadas.

A pesar de todo, a medida que pasaban los meses fui adaptándome a su ritmo de trabajo y su manera de ser. Dejé de oponer resistencia y permití que me condujera por los vericuetos de teclado. De las partituras de escalas pasamos a los libros de Czerny, luego a obras completas adaptadas para niños. Lo que no me gustaba (aparte de su aliento a cigarro) es cuando sacaba un libro apergaminado, que guardaba como oro en polvo. Era el Libro de Solfeos, publicado en 1940 y cuyas páginas quebradizas me provocaban pavor, pues significaba que tendría que cantar. Tomaba el libro en mis manos y empezaba a recitar cada nota mientras él movía las manos haciendo el compás de cuatro tiempos. Era vergonzoso, sobre todo porque a veces había visitas y tenía que dar mi lección de solfeos delante de ellas.

Nunca olvidaré el día que aprendí mi primer vals completo: Sobre las olas. Luego de tonaditas insulsas que más servían para ejercitar los dedos que para otra cosa, por fin el maestro me dejaba interpretar a un compositor consagrado. En pocas semanas ya había dominado la partitura entera y, saltándose el procedimiento establecido, decidió enseñarme la siguiente gran pieza: El Danubio Azul, de Strauss. Tenía ocho años.

Ya había dado mi lección de la primera de las cuatro partes, con aplausos del público casero y entusiastas elogios del maestro, cuando aquel día, sin saberlo, se despidió por última vez. Una neumonía lo llevaría a descansar para siempre dos noches mas tarde.

Estaba devastado. Yo, que había querido que no regrese nunca, me encariñé tanto con el maestro que de pronto me senté a llorar sin consuelo. En vano trate de terminar las piezas restantes. Mis dedos aún eran torpes y mi conocimiento exiguo. Extrañaba sus indicaciones, no importa que vinieran sazonadas con gritos e insultos. Las tardes se volvieron vacías. La hija del maestro nos contó que los últimos días estaba muy enfermo, y que por la fatiga había decidido deshacerse de todos sus alumnos, menos de dos. Yo era uno de ellos.

Pasaron los años y desde entonces he aprendido tantas cosas. El teclado se volvió una afición obsesiva, compraba discos y colecciones de música clásica para piano, aprendí a interpretar algunos nocturnos de Chopin, me enamoré de la prodigiosa música de Mozart, del inescrutable talento de Beethoven, del poderoso mensaje de Tchaikovsky. Pero siempre, cuando la noche me cogía deprimido, ejecutaba el antiguo vals Sobre las olas, y era lo único que hacía que mi vida fuera soportable.

El maestro era un hombre de bien, que probablemente habría tenido mejor suerte de haber nacido en otro país, donde el arte es mejor apreciado. Se ganaba la vida manejando su bicicleta con una pierna mala, volando de casa en casa para enseñar a niños mimados o adolescentes conflictivos. Por mucho menos los ancianos con sus limitaciones salen a las calles a pedir limosna, pero él se daba el lujo de tener una vida cálida. A veces le veía en los programas locales ejecutando una pieza clásica A veces lo veía salir del billar, siempre con su bicicleta vieja. Nunca faltó a una clase y murió sin dejar un centavo de herencia, aunque su legado es infinito.

Mis padres me llevaron al entierro. También ellos aprendieron a estimarlo. Cuando regresé, busqué en mis cajones y saqué el libro de solfeos. El viejo nunca se desprendía de él, pero la última clase llovía y me pidió que lo guardara con mucha cautela. Ahora me pertenecía para siempre. Con sumo cuidado, abrí sus páginas como si fueran delgadas hojas de cristal y empecé a cantar como si estuviera presente. Por un instante imaginé que estaba frente a mí, agitando las manos en el compás de cuatro tiempos, dándome indicaciones para mejorar y gritándome furioso que era un sicario de la música. Y tal vez un sicario de maestros.


domingo, 10 de mayo de 2009

¿ DIA DE LA MADRE ?


Los días de la Madre son tan deprimentes. No lo digo porque haya perdido a la mía, sino por la campaña mediática que reciben. Si nuestra vida fuera gobernada por los medios, como de hecho lo está, debería sentirme el hijo más miserable del mundo por no haberle comprado un electrodoméstico, un calzado, o por haber permitido que cocine en vez de llevarla a un restaurante exclusivo.

De hecho, mientras escribo esto, en la radio del taller de mi padre canta Leo Dan su trillada canción, y en la tele veo a una mamá con cara de modelo, delgada y blanquísima, sonreír mostrando sus dientes perfectos al recibir una licuadora de manos de su hijo pecoso. Tal parece que los comerciantes saben exactamente cómo se siente una madre, y por lo tanto, lo que la hará saltar de felicidad.

Pero se equivocan, porque si las madres son tan buenas y sublimes, como de hecho lo son, no deberían esperar nada especial de sus hijos, que si han sido buenos con ellas todo el año, con seguir comportándose como siempre será suficiente. Eso lo comprobé cuando le compré un microondas el año pasado, ella lo devolvió a la tienda y me exigió que, antes de estar comprándole tonterías, pague mis deudas pendientes en la universidad. ¿No es adorable? Ya hace dos días nos llamó a mi hermano y a mí para exigirnos que no le comprásemos nada, porque se vienen tiempos difíciles y debemos ahorrar.

Prácticamente vivo con mi madre, la quiero mucho, confío en ella, nunca le falto el respeto ni me ha puesto un dedo encima. ¿Por qué debo hacer algo especial por ella precisamente hoy? ¿Para darle gusto a esos mercachifles del sentimiento ajeno, que manipulan nuestras emociones con una campaña vil y rastrera? ¿Qué saben ellos de lo que la hace feliz? Nunca le he dedicado un poema, desde niño no le regalo una flor, y cada vez que le voy a comprar algo no se lo doy en días como éste, sino cuando menos lo espera. Mi cariño es un sabotaje de lo establecido. Hoy me levanté, le di un abrazo y un beso y nos sentamos a tomar desayuno. Hablamos de todo, como siempre, dejándole en claro que aún la escucho, que aún es importante para mí y su opinión siempre dictará las acciones de mi vida. Luego recogimos la mesa y volvimos a nuestras ocupaciones. Ella estaba encantada porque iba a cocinar carne de cerdo con un frasco de aderezo raro que le regale hace un tiempo. Yo no voy a agasajarla cada vez que me lo diga el calendario, ni voy a disculparme dándole un televisor por los 364 días que la tuve en el olvido. La mejor prueba de lo que afirmo es el cementerio: acabo de pasar por ahí y está reventando de gente. ¿Dónde están esos hijos e hijas el resto del año? ¿Tienen que esperar este día para recordar lo canallas que han sido cuando sus madres vivían para que se vuelquen al camposanto a poner una flor al pie de una lápida fría y descuidada?

Las fechas nunca fueron importantes para mí. Son pretextos para focalizar nuestras atenciones en unos cuantos días, así lo entendió también Anna Jarvis, quien después de haber hecho una agresiva campaña en 1905 para que se reconociera el Día de la Madre, logró que el presidente norteamericano Woodrow Wilson la instituyera en el calendario. Lo que pocos saben, y lo que en aras de los buenos negocios se oculta, es que la propia Jarvis, al ver la manera en que se había comercializado la fecha, torciendo hasta el absurdo los principios que la inspiraban, presentó una demanda en 1923 para que se eliminara el Día de la Madre que tanto había ayudado a crear. Desgraciadamente ya era tarde. Los mercachifles gringos habían visto el potencial de la fecha e iniciaron campañas agresivas para que continuase su celebración. Jarvis incluso fue arrestada por impedir que se vendan claveles blancos en la fecha, claveles que ella había instituido como símbolos de la campaña y que se repartían gratuitamente. Murió completamente arrepentida de su obra.

El tema de los claveles es apenas una anécdota, comparada con lo que pasa hoy en día, en el que no solo se inventan artículos sino también sentimientos. A cambio de unos dólares puedes comprar el cariño de tu madre por un día, para luego refundirla en el asilo hasta el próximo año. Seguramente si Jarvis viviera, volvería morirse de puras náuseas.

Por eso me niego a celebrar el día de la Madre hoy. Me niego a sentirme miserable y tacaño por no regalarle nada. Me niego a que el almanaque me diga cuándo debo ser un buen hijo y los empresarios me digan cómo hacerla feliz. Me niego a torcer mi sana relación con ella para adaptarla a la "normalidad" que representan las novelas, las canciones idiotas y los comerciales basura. Me niego, en fin, a dejar de ser yo.

Maldita sea, sé que no soy un buen hijo y tengo mis errores, pero vamos, no hay nada más rico que hacer algo especial por ella en un día que no sea ni su cumpleaños ni el segundo domingo de Mayo. ¿Lo han intentado? Te sientes como un terrorista de la felicidad comercial.

Y bueno pues, para no desentonar con los que aún creen en la bondad de esta fecha: Feliz día a todas las mamaítas de Iquitos. Y salud a los buenos hijos que se emborracharán en su nombre.

sábado, 2 de mayo de 2009

LA CRECIENTE Y LA POBREZA


Los ojos tristes
el rostro enjuto
los labios trémulos
al caminar
los tiempos idos
que le atormentan
¿a dónde fuiste?
¿por qué no estás?

Su voz te busca
inútil ruego
¡mamá! ¡mamita!
ven pronto ya
la abuela espera
papá no duerme
y los vecinos
bebiendo están.

Sé que las aguas
tan bondadosas
no te han ganado
sabes nadar
sé que eres fuerte
y estás jugando
ya no te escondas
ven a cenar.

Hoy no ha llovido
saldré a buscarte
nuestra canoa
esperando está
aunque la casa
se haya perdido
bajo las aguas
te he de encontrar.

¡Mamá! ¡mamita!
¡mamá! ¡mamita!
dice tu hijo
remando va
mi voz se quiebra
cuando le escucho
decir llorando:
¡aquí no está!

Quisiera hablarle
gritarle ¡basta!
que ya te fuiste
y no volverás
que la creciente
nada respeta
ni la pobreza
ni a tu mamá

Vendrá un alcalde
a tomarse fotos
hará promesas
se marchará
no está en la ruta
de los turistas
un par de esteras
lo arreglarán.

Pero no puedo
todos los niños
merecen madres
a quien amar
si te contara
no entenderías
por eso callo
al verte llorar.

¡Mamá! ¡mamita!
¡mamá! ¡mamita!
dice tu hijo
remando va
mi voz se quiebra
cuando le escucho
decir llorando:
¡aquí no está!

domingo, 26 de abril de 2009

YO TERMINÉ LA UNIVERSIDAD (lero - lero)


-¿Qué es él?
-Un hombre, por supuesto.
-Sí, pero ¿qué hace?
-Vive y es un hombre.
-¡Oh, por supuesto! Pero debe trabajar. Tiene que tener una ocupación de alguna especie.
-¿Por qué?
-Porque obviamente no pertenece a las clases acomodadas.
-No lo sé. Pero tiene mucho tiempo. Y hace unas sillas muy bonitas.
-¡Ahí está entonces! Es ebanista.
-¡No, no!
-En todo caso, carpintero y ensamblador.
-No, en absoluto.
-Pero si tú lo dijiste.
-¿Qué dije yo?
-Que hacía sillas y que era carpintero y ebanista.
-Yo dije que hacía sillas pero no dije que fuera carpintero.
-Muy bien, entonces es un aficionado.
-¡Quizá! ¿Dirías tú que un tordo es un flautista profesional o un aficionado?
-Yo diría que es un pájaro simplemente.
-Y yo digo que es sólo un hombre.
-¡Está bien! Siempre te ha gustado hacer juegos de palabras.

- H.D. Lawrence -


Un título!!! Un título!!! Tengo un título!!! Ahora puedo decir que soy alguien. Ahora, cuando la sociedad ha hablado "a nombre de la Nación" y me ha llamado "Licenciado en Administración" puedo decir, al fin, que mi existencia tiene sentido.

Este es el día más feliz de mi vida. Gracias a mi madre por apoyarme, gracias a mi padre por decir que soy un bueno para nada (eso me alentó mucho). Gracias a mi perro Tobi que esperaba en la puerta a que llegara de clases todas las noches. Gracias a las excelentes e innumerables universidades con las que cuenta el Perú, que me han permitido escoger la más barata. Oh señores empresarios de la educación ¿qué harían los jóvenes desamparados de mi patria si no fuera por ustedes?

¿Por qué me miras así? Apuesto a que estás envidioso. Claro, seguro no eres nada, como dice mamá, o no has estudiado nada, que es lo mismo. O peor, tal vez estudiaste en un Instituto. No me mires por favor, no mereces ni eso. Sabes que no es igual. ¿Que tu instituto es uno de los mejores? ¿And? ¿Que el SENATI tiene mejores convenios laborales que la Universidad Particular de Cabo Suelto? ¿So what? ¿Que SENCICO tiene infraestructura más moderna? Por favor... Instituto aunque se vista de seda, instituto se queda.

¡Pregúntaselo a cualquiera! Di que estudias en un instituto y un padre no querrá que te acerques a su hija. Di que estás en la universidad, aunque sea en un corralón de dos por tres a punto de venirse abajo, y te tratarán como una luminaria.

Lo primero que haré será colgarlo en un marco de plata y ponerlo en la sala, tal vez arriba del televisor, así será inevitable que se fijen en él. Ya imagino la cara de mi tía cuando lo vea. ¿Y cuándo egresa Juanito? repetía cada vez que se encontraba con mi madre. Ahora pues, vieja oxigenada.

No extraño para nada mi universidad. Ya me tenían podrido sus salones sin enlucir, sus carpetas apolilladas y sus profesores mediocres. Me reventaba que sean puntuales para cobrar la pensión, que adelantaran cada ciclo el calendario de pagos, que inventaran cada vez nuevas formas de esquilmarnos; pero que no sean capaces de comprar por lo menos un buen proyector, o colocar ventanas en los salones para que la lluvia no nos deje como pollitos ahogados. En fin, ya estoy fuera de ese antro y lo único que importa es este pedazo de cartón precioso que tengo en mis manos. ¡Que viva el Perú!

Ahora buscaré un trabajo. Me mandaré a hacer unas tarjetas que digan bien grande: Lic. Juanito Labarte Amasifuen - Administrador de Empresas. No, Juanito no. Ahora soy Juan. Es cierto que no sé mucho de administrar empresas, mi paso por la universidad me ha dejado tan ignorante como cuando entré, y algunas cosas que me enseñaron están bien desfasadas. Nunca tuve vocación para esto y más bien me hubiera gustado vivir en el campo ¡pero qué importa! Este cartoncillo perfumado dice que puedo ganar más de dos mil quinientos soles al mes, según la escala remunerativa de la empresa privada.

Ahora saldré a la calle con más aplomo. Ya nadie podrá decirme ignorante. Podré opinar en las reuniones familiares y me escucharán como si fuera un pontífice. Si escribo un libro pondré en la contra-carátula "Juan Labarte estudió Administración en la universidad", aunque el libro trate de sexo. Y a donde sea que la vida me lleve me presentaré como licenciado, porque eso es lo que soy: LICENCIADO.

Hoy tuve mi primera entrevista laboral. ¿Por qué tanta gente, por Dios? No pensé que los administradores egresados de universidad fueran tantos. En fin. No creo que me haya ido mal. ¿La Universidad Particular de Cabo Suelto? - preguntó el jefe de personal - ¿Cuál de ellas? - La única, pues - ¿Dónde queda? - ¿Cómo que dónde queda? Pues ahí, al costado de la carretera, entre dos trapiches y una chingana.

Caray. Ya van tres meses y no consigo empleo. ¿Será que estoy buscando en los lugares equivocados? En la universidad me dijeron que ésta es una carrera de gran proyección, muy flexible y que te permite desempeñarte en diversas áreas de la actividad productiva. ¿Acaso estaban mintiendo? No lo creo. Mis compañeros tampoco consiguen empleo. Debe ser la crisis internacional. Por lo pronto tendré que posponer mi boda con Mariana, y mi maestría también. Mientras tanto, mi querida alma mater va arrojando profesionales a chorros a nuestro siempre bien aspectado mercado laboral ¡Adelante, muchachos, que el mundo es suyo!

Al fin, un trabajo. Bueno, más bien un cachuelo. Quinientos al mes no es mucho, pero ofrecieron promoverme a medida que la situación de la empresa mejore. Cualquier cosa es preferible a seguir repartiendo currículos otro año más. Al menos estoy mejor que muchos de mis compañeros egresados. Ayer vi a Rony trabajando de acomodador en el supermercado. Me dio un poco de pena, pero a pesar de todo destaca entre sus compañeros de trabajo por su porte, su lenguaje y sus ideas claras. Es lógico, pensé, él tiene un título y ellos no. ¡Jamás podrán ningunearlo!

Bueno, la promoción laboral nunca llegó, pero tampoco estoy en condiciones de renunciar. Ya tengo un hijo y Mariana no puede atender la bodega porque fue cesareada. Pobre, aún espera casarse de blanco. Estoy agradecido de seguir trabajando para mi empresa. La otra vez anunciaron recorte de personal, y todos los que queríamos conservar el puesto tuvimos que dedicarnos otros rubros. A mí me tocó la venta a domicilio. Ofrecía unas enciclopedias de puerta en puerta. Muchos no aguantaron el ritmo y renunciaron, pero Mariana estaba embarazada y no podía desampararla. Al principio la gente que me abría sus puertas me miraba desconfiada y con desprecio, pero cuando les decía que era Licenciado en Administración sus rostros se iluminaban, creo que de pena. Me da igual, si al final compran algo.

Ahora la estamos pasando mal. Me despidieron. Contrataron a unos cuadros técnicos para que se ocupen de tareas específicas. Además, no me ascendieron a jefe de cuadro por no tener maestría. ¿Pero cómo iba a pagar una maestría con quinientos soles al mes y una familia constituida? En fin, ya tuve mucho tiempo para recriminaciones. Felizmente la bodeguita no iba tan mal. La estoy implementando y creo que podremos salir a flote. Juancito ya tiene seis años y necesita entrar al colegio.

Mis vecinos han sido muy amables. A pesar de la competencia siempre prefieren consumir en mi bodega. Creo que me tratan con un respeto más acendrado que al resto. No es para menos. Puedo responder a sus preguntas y resolver sus conflictos con elocuencia y educación. ¡Estudié en la unversidad!

Los años pasan arando surcos en mi piel. Tengo cuarenta. Mariana aún es mi conviviente y Juancito es todo un hombre que acaba de terminar el colegio. Hoy me ha dicho que no quiere estudiar en la universidad y que quiere ser mecánico porque se estudia poco y se gana más. No puedo negar que tiene habilidades para eso. Mariana, quizá resentida por no poder darle la boda que le prometí, está de acuerdo en que sea lo que quiere ser. Yo he tratado de convencerle que la universidad es lo mejor para llegar alto en esta vida, pero su mirada de desconcierto me ha hecho sentir un hipócrita. No eres nada sin un título, hijo - y le señalo una vez más mi amarillento cartón enmarcado en plata ennegrecida que nos mira desde arriba del televisor. Mariana, furiosa, se interpone entre los dos y me grita ¿pero qué cosa te ha dado el título que no te haya dado nuestra bodega? ¿Plata?

No, prestigio - respondo en voz bajita - Es todo lo que necesitamos. Ahora limpia un poco la casa que hoy vendrán los de Carsa a llevarse la tele.

domingo, 19 de abril de 2009

YO QUERÍA SER LINDO


Allí estaba Ramón, con el cabello engominado y los ojos de rábano, tratando de acomodar sus pantalones holgados. Un poema escrito en una mano y un ramo de rosas feas en la otra. Así estaba Ramón, clavado como un arpón, frente a la puerta de Azucena.

Azucena en su cuarto, desnuda y tranquila, con las ventanas abiertas para sentir el fresco, hojeaba una revista de modas soñando con aparecer en ellas alguna vez. Toc, toc, te buscan hija. ¿Quién? Un tal Ramón. Ay dile que no estoy. No puedo, tu papá ya lo hizo pasar. Viejo de mierda.

Ahora Ramón está sentado en el sofá, con las manos en las rodillas y la columna recta, tratando de dar su mejor impresión al viejo de mierda, que a pesar de todo no deja de mirarlo como si fuera una especie recién descubierta. ¿Así que, estudias con mi Azucena? Sí señor. ¿Y eres buen estudiante? El mejor de mi clase, señor. ¿Y a dónde la vas a llevar? Al cine, señor. Pórtate bien, y no la traigas muy tarde.

El padre se levanta, va a la cocina y encuentra a su mujer preparando té. ¿Quién es ése idiota? -le pregunta- pensé que saldría con Kevin. Ella encoge los hombros y sale con la fuente de galletas. Sírvete, Ramón, en un momento baja la Zezé.

Azucena se baña tranquila, revisando cada una de las horquillas de su cabello, tarareando todo el disco de Beyoncé. Se prueba unas quince blusas antes de decidirse por la más escotada. Se pone siete pantalones antes de elegir el más ajustado. Se calza sólo una vez, porque tiene por estrenar unos zapatos divinos. Mira su reloj y piensa que dos horas son suficientes para que una chica bella como ella se haga esperar. Apaga la luz de su cuarto y cierra la puerta haciendo el mayor ruido posible. Sabe que eso aceleraría el corazón de Ramón.

Ya para entonces, el pretendiente se había deshidratado a chorros. Nervioso y con todos los temas de conversación agotados, hacía cuarenta minutos que permanecía en silencio, dejando que el ruido del televisor sea el único nexo entre los padres de Azucena y él.

Cuando la joven apareció bajando la escalera, Ramón se puso de pie. Se acomodó las gafas de lupa, pasó revista a sus cabellos engominados, le mostró las flores y le regaló una sonrisa que por sí misma causaba risa. ¿Cómo estás, Azucena? Bien -dijo casi sin mirarlo- vámonos ya que se hace tarde.

Salieron. Ya en la calle, Ramón se detuvo y miró la palma de su mano. Su poema estaba convertido en una mancha azulada que había manchado su rodilla también. Azucena, que se había adelantado unos pasos, se volvió y preguntó ¿Qué pasa? Nada, es sólo que, quería que sepas que me agrada estar contigo. Ah ya. A mí también. No quiero ir al cine, Ramón, llévame a bailar. Pero, tú querías ver esa película. Bah, la podemos ver otro día, vamos, no seas malito ¿sí? ¿Acaso no me quieres?

Sin saber cómo, Ramón se encuentra en un motocarro con Azucena dirigiéndose al Noa. Él la rodea con sus brazos, ella se aparta diciendo que su cabello está demasiado pegajoso, pero le toma la mano. Él pone la otra mano sobre ella y pregunta: ¿Le has dicho a tus padres que somos enamorados? Claro que sí ¿cómo crees que les voy a mentir?

Llegaron. Él pagó las entradas e ingresaron a la disco que reventaba de gente. Ramón nunca había estado en una. Al interior se sentía extraño e inmediatamente se quedó sordo. Azucena iba delante, abriéndose paso como una flecha que rasga el viento. Ramón iba rezagándose, hasta que la perdió en una ola de cuerpos que se retorcían golpeándose como si fuera una bacanal. Se llamaba baile.

Entonces se dio vuelta y subió a la terraza. Las luces vertiginosas y coloridas le provocaban mareos. Casi a arcadas, se aferró a una de las barandas y trató de ubicar a Azucena con la mirada, tal vez pensando que ella esté preocupada por él. Cuando la divisó, estaba bailando con alguien más. No podía notar quién, pero sus movimientos eran tan desinhibidos que le hacían pensar si no lo estaba tomando por estúpido. Como todo un novato, esperó a que la música terminara para que la gente se siente y así poder llegar a ella. En vano esperó casi una hora. Cuando se convenció que era interminable, decidió abrirse paso.

Despacio, pero firme, iba perforando a la multitud como un abrelatas. Azucena bailaba con el chico sin descansar. Cuando la alcanzó, se puso entre ella y el joven y le preguntó porqué se había alejado así de él.

Ah! Es que no sabía donde estabas. Ven, te presento a Kevin. Kevin, él es Ramón. El joven levantó la cabeza y se retiró.

Lo sospechó desde un principio. Kevin era más apuesto. Azucena se acercó y le pidió bailar. Al escuchar aquel verbo, sintió que sus articulaciones se petrificaban. Ella le tomó de las manos y trató de acomodarse a su ritmo, pero era como seguir a un electrocutado. A cada instante la atropellaba y en no pocas ocasiones le propinó un pisotón que la hizo maldecirle por echar a perder sus zapatos recién estrenados. Ramón, entre avergonzado y confundido, le rogó que salieran de allí.

Esta bien, pero cómprame una cerveza. Ramón sacó su billetera y le dio dinero. No se atrevía ni siquiera a caminar hasta la barra. Azucena cogió el billete y desapareció con la facilidad de un espíritu que atraviesa las paredes.

En vano esperó a que regresara por él. Nuevamente, Azucena estaba voluntariamente perdida. Dispuesto a no recibir más ofensas, se dirigió a la barra y la encontró sentada al lado de Kevin, llegando justo a tiempo para ver cómo se fundían en un beso que más parecía una mutua antropofagia. Esta vez fue demasiado. La sangre se le subió a la cabeza y empujó a Kevin tan fuerte que lo arrojó al piso, ante la mirada de todos. Ella es mía -atinó a decir- ante la sorpresa de Azucena que no se creía de nadie en particular. El joven se levantó y, de forma patética, trató de hacer lo mismo.

Qué te pasa enano hijo de puta -dijo Kevin- ella está conmigo huevón. ¿Qué crees? ¿que Azucena está enamorada de ti? Sólo te usa para mantener nuestra relación en secreto. Abre los ojos y cómprate un espejo, deforme de mierda.

Entonces miró a su alrededor y luego se miró a si mismo. Su nariz de loro, su sonrisa que da risa, sus pantalones holgados, su camisa ajustada de leñador que delataba su prominente abdomen, sus zapatillas blancas, su peinado tipo escuadra, sus gafas como rebanadas de vidrio, no encajaban en aquel salón. Miró a Azucena, que se había puesto al lado de Kevin, y le preguntó, casi sin esperanzas, si lo que había dicho era verdad. La chica bella, que sólo pensaba en deshacerse de aquel engendro, sólo pudo asentir, sin atreverse a mirar.

Ahora Ramón está sentado en la plaza de Armas. Son las tres de la mañana, e inútilmante va inventando finales felices para la historia de hoy. Azucena se aparece llorando y le pide perdón. O tal vez aparece golpeada por Kevin, dándose cuenta que era un hombre que no valía la pena y prefiriéndolo a él. O quizá la llama al celular para decirle que venga pronto a rescatarla de los brazos de un malhechor. O tal vez la han dejado abandonada y necesita que la lleven a casa. Pero hasta ahora, sólo un par de putas le han ofrecido sus servicios.

Casi a las cuatro, la silueta de Azucena recorta la luz de los faroles. Camina rápida, pero zigzagueante. Se sienta junto a él y lo abraza, él se siente en las nubes. Lo besa, él se siente en las estrellas. Se retiran a un hotel y hacen el amor toda la noche. Él no puede dejar de poseerla de mil formas. Azucena, Azucena. Yo no soy azucena, soy Dámaris, papi. Te vas a llamar como a mí se me de la gana, puta de mierda. Ven Azucena, quiero que gimas. Soy Dámaris. ¡¡Que te llamas Azucena, carajo!! Ahora dime perdóname por lo que te hice, Ramón, te amo, eres mi hombre ¡¡Repítelo!! ¡¡Repítelo o te doy por el culo!!

Y la puta no obedecía, porque Ramón no dejaba de mirarla con esa sonrisa, esa sonrisa que de por sí causaba risa.

viernes, 10 de abril de 2009

LO MÁS NORMAL DEL MUNDO


-¿Qué te pasa, corazón? ¿Quieres esa muñequita?
- Sí.
-Toma ¿Te gusta?
- Sí.
-Puedes quedártela ¿Cuántos años tienes?
-Ocho.
-¿Y cómo te llamas?
-Sandra
- Ah qué bonito. ¿Y te gusta mucho jugar?
- Sí.
- ¿A qué te gusta jugar?
- Estee... a la casita.
-¿A la casita?
- Sí.
- Y dime ¿Quieres mucho a tu papá y a tu mamá?
- Sí.
- ¿Cuánto los quieres?
- Mmmm... un montón.
- Ah ¿un montón así? (une las palmas) ¿o así? (estira los brazos)
- Así (la niña se estira hacia arriba y sonríe).
- ¿Y dónde están tus papitos?
- En el monte.
- Ah, en el monte ¿y con quién vives?
- Con mi tía.
- ¿Y le haces caso a tu tía?
- Si... sino me pega.
- ¿Cómo te pega?
- Con su shinela.
- Ah, con su sandalia.
- Sí... y a veces con la correa.
- Seguro te portas mal.
- Sí... (la niña pasea la mirada) ¿Eres doctor?
- ¿Quién te dijo eso?
- Mi tía me dijo que eres doctor.
- ¿Así? ¿Y que más te dijo?
- Que me vas a revisar...
- ¿Y qué más?
- Que te haga caso.
- Así es, amor. Soy doctor. Vamos a sacarte la ropita ¿ya? No tengas miedo. ¿Quieres que me la saque yo primero?
- Mmm... sí. ¿Qué es eso?
- Es para revisarte mejor ¿entiendes?
- No quiero. No quiero. Es igual a lo que hace mi tío...
- Ven ya. No, corazón. No llores. No te va a doler. Vas a ver. Es lo más normal del mundo.

"El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia; esto es la esencia de la humanidad"
- William Shakespeare -

domingo, 5 de abril de 2009

MAMI, HE VUELTO


Casi dos semanas fuera de aquí, desconectado en uno de los más variopintos pueblos del norte, disfrutando del sonido del mar y las caricias de un sol bastante distinto al nuestro, me descuidaron de mis deberes de blogger. Durante ese tiempo no tuve ganas de entrara a la red, menos de postear. Pido disculpas a los cinco o seis incondicionales que suelen visitarme.

Como acabo de llegar hace unas horas, encontré mi casa patas arriba y sospecho que tampoco tendré tiempo para escribir un relato. Así que les dejaré algo que escribí hace años, cuando un amigo de la universidad, enterado de mis aficiones, me pidió que comentara en su hi5 uno de sus artículos, que versaba sobre el amor y la imposibilidad de encontrar a la persona adecuada. Su texto era el siguiente:

Mujer sin rostro. ¿Se puede hablar sobre a quién querer? ¿Cómo saber si la persona a quien quieres es la indicada? ¿Cómo saber si a quien dejas ir o desprecias es en realidad la persona adecuada para ti por toda la vida? Es difícil estar en un punto en que el horizonte es oscuro y la persona que amas no mira en tu dirección. Quizá ésa es la puta verdad sobre el amor; al final creo que es conformarse a que ese amor no llegue nunca. Parece que nadie quiere a quien lo quiere. Estoy cansado de no encontrar respuesta, estoy cansado de no saber dónde estás o quién eres en realidad. ¿Cuál es la verdad sobre el amor? No quiero conformarme con no tenerte ¿o es que debo dejarte ir?... ¡Oh mujer sin rostro, cuándo llegarás!

Un poquitín desesperado mi amigo no? La verdad es que la estaba pasando mal. Era uno de esos días en que te levantas odiando al mundo. Esto fue lo que le respondí, vía e-mail:

Bueno Raúl, no te pude dejar un comentario en el hi5 porque hay que estar registrado para hacerlo, así que te lo dejo aquí. ¿Te hablé alguna vez de Nietzsche? El también estaba obsesionado por hallar una explicación a la manera en que el hombre entiende el amor.

¿Por qué el hombre moderno idealiza tanto el amor, hasta convertirlo en el más sublime de los sentimientos? Como todo buen pesimista, pensaba que el amor sólo era un conjunto de manifestaciones externas, reproducidas en un primer momento por la pasión, la atracción física, y luego por la costumbre. En un memorable párrafo de su libro 'Humano, demasiado humano' dice que no podemos prometer sentimientos, simplemente acciones. Cuando yo le digo a alguien 'te amaré toda la vida', lo que le estoy diciendo en realidad es: realizaré todas las acciones externas ligadas a la manifestación del amor (el beso en la mañana, el sexo de la tarde, el trato amable, la conversación cordial, el respeto), y aún cuando deje de amarte, continuarás recibiendo de mí las mismas atenciones en vista del compromiso asumido (el matrimonio, por ejemplo). De manera que, aunque el amor se haya acabado, la ilusión de su existencia perdurará a través de las acciones cotidianas que realizamos, aunque éstas ya no obedezcan a aquel sentimiento, sino a algo más práctico (la buena costumbre, el hogar constituido, la casa comprada, los hijos ¿quién se arriesgaría a dejar todo eso y empezar de nuevo?) Muchos hombres lo hacen, dirás tu. Pero te diré que no es cierto. La infidelidad masculina en esta ciudad (y probablemente en todas), no consiste en dejar a una mujer por otra, sino en tenerlas a ambas a la vez, de manera que si pierden con la joven amante, tienen un piso seguro donde caer. Como ves, no arriesgan nada.

Dos de tus preguntas son: ¿Se puede hablar sobre a quién querer? ¿Cómo saber si la persona a quien quieres es la indicada? ¿Cómo saber si a quien dejas ir o desprecias es en realidad la persona adecuada para ti por toda la vida?

Respuesta: No hay manera de saberlo. Y todas las recetas que escuches o leas en las novelas o poemas, en la tele o en la red, de nada servirán, porque cada ser humano es distinto y cada uno tiene sus propias carencias. Sí, mi amigo: llamamos verdadero amor a alguien que llena nuestras carencias, que suple nuestras miserias, que nos hace mejor persona de lo que somos, y esta definición, lejos de ensalzar al amor, lo convierte en el más egoísta de los sentimientos.

Un pequeño ejemplo, y para no andar citando el amor de viejos, tomemos el amor adolescente:

Un joven dice estar enamorado de su compañera de clases, una chica linda, juguetona y extrovertida. Cada noche se la imagina en sus brazos, escribe poemas, sueña con sus besos, etc. No hace otra cosa que hablar de lo maravilloso que es estar enamorado. Muy pronto se hace amigo de ella y un buen día le dice que quiere ser su media naranja. Ella lo acepta, si bien es cierto que con algún recelo. Entonces, desde el primer día empieza a tratar de imponerse: si era extrovertida, que no lo sea tanto; si era cariñosa con sus amigos, que por favor lo respete; si va a fiestas, que la tiene que acompañar; y cada vez que la llama al celular, lo primero que pregunta es ¿dónde estás?.

¿Te suena conocido? El chico simplemente quería que ella dejase de prestar atención a los demás y se la prestara a él. A cambio, estaba dispuesto a hacer lo mismo. En otras palabras, sabía que sólo siendo su enamorado podía exigirle ciertas cosas (como por ejemplo, las caricias), y no paró hasta conseguirlo. Y es que con el compromiso viene la exigencia de derechos de exclusividad. Entonces ¿El amor es egoísta o no?

¿Te has dado cuenta que siempre es la persona 'mas enamorada' de la relación la que constantemente está exigiendo nuevos compromisos? Si son enamorados, te hablará de noviazgo, si son novios, te exigirá matrimonio, si son casados, te exigirá hijos, y así... la persona 'enamorada' siempre está presionando a la otra para asumir nuevos compromisos que 'fortalezcan' esa unión. Entonces ¿El amor es egoísta o no?

No creo que exista la persona 'indicada' para alguien. Es como pensar que todos nacemos con un propósito definido, y no es así. Somos accidentales. Si algunos de nuestros padres no se hubieran pasado de copas aquella noche de repente ni siquiera estaríamos aquí. Thomas Jefferson dijo alguna vez que 'la ley puede garantizar todos los derechos, pero no el derecho a la felicidad, sino a la búsqueda de ella'. No hay nadie esperándote en algún lugar del mundo, con la cerradura exacta para tu llave. Pero el sólo hecho de pensar que ese alguien existe es lo que nos lleva a intentar una y mil relaciones, probando todos los candados hasta abrir la puerta de la felicidad, y aunque nunca la encontremos, al final habremos aprendido tanto que aquello no importará.

Quizá esa es la puta verdad sobre el amor; al final creo que es conformarse a que ese amor no llegue nunca.

No es conformarse, Raúl. Es simplemente descubrir la verdad. Cuando el niño de 5 años se da cuenta que nunca podrá volar como Superman no se está conformando, está madurando. Crecer es duro. Probablemente estés atormentado porque los años pasan y aún no has encontrado a la persona adecuada, pero esa mujer sin rostro no es una, sino miles, y tampoco 'son', sino que 'están siendo'. Tú no las escoges ni ellas te escogen a ti. Y si algún día llegas a tener una relación duradera con alguien no será porque es la 'adecuada', sino porque tú la transformaste en eso tanto como ella te transformó a ti. Recuerda que todo es relativo, por lo tanto la perfección es sólo un sueño que nos sirve para vivir mejor y trazarnos metas. Sé que muchos te dirán que eres un aguafiestas por pensar así, y que estas ideas no tienen nada de romántico, pero no les hagas caso. Es mejor vivir sin esperanzas que ser esclavo de una falsa ilusión.

Ay Nietzsche, Nietzsche. Las cosas que he dicho en tu nombre. Las etiquetas que me he ganado por tratar de entenderte. Leer lo que uno escribió hace años es toda una terapia.

Qué bueno es volver a casa.

Los dejo con el primer capítulo del Túnel de Sábato. Que lo disfruten.




domingo, 15 de marzo de 2009

ENTRE EL SOL Y EL ASFALTO


Mediodía. El sol está tan alto que no proyecta ninguna sombra. La calzada despide un vapor obnubilante, y pequeños granos de arena revolotean en el aire empujados por el trajinar de los vehículos. A veces puedo sentirlos estrellarse contra mi cara y ocultarse bajo mi camisa tostada, sobre todo cuando buses hambrientos pasan rozándome el timón.

Mis brazos, atados al volante de mi vieja moto china, reciben las dolorosas caricias del sol. La avenida Quiñones serpentea perforando la vegetación, separando casas embarulladas y terrenos a medio cercar.

Avanzo entre llamas. Me concentro en las líneas de la pista, pero de vez en cuando desvío los ojos para mirar uno que otro par de piernas; piernas femeninas que culminan en sandalias breves; piernas delgadas que abrazan el asiento de una moto mal domada; piernas morenas que acarician las veredas con su andar pausado y melodioso; piernas lindas, descubiertas, expuestas al sol como mis brazos castigados.

El cielo azul contrasta con la nívea intensidad de las nubes. Pero observo que poco a poco aquellas enormes esponjas van uniéndose a otras, y otras, cobrando una tonalidad gris. El sol feroz empieza a ocultarse a ratos cada vez más prolongados, y mi interior un desesperado ruego cobra mayor fuerza: que llueva de una vez ptm.

El viento que agita los pliegues de mi camisa es cada vez más frío, y aunque la arena se vuelve espesa, es un precio justo por un poco de agua celestial. Al fin, casi veinte minutos después de presenciar la danza de las nubes, una gota cae en mi brazo izquierdo, evaporándose al roce de mi piel.

Le siguen otras, y otras, como si la bóveda celeste se desgranara. Gotas gruesas, hirientes, pero deliciosamente redentoras.

El cielo dejó de tener contrastes. Ahora es un enorme manto gris que se desplaza haciendo oír su voz atronadora y fulminante. Los conductores de moto, que antes de la lluvia volaban como abejas para llegar a su destino, ahora, sabiéndose derrotados, pasean lentos, oteando alrededor para encontrar dónde guarecerse. Los tambos que sirven de estacionamiento están copados. Las veredas de techo largo también. Yo trato de que las llantas no resbalen, pero no tengo intenciones de dejar de disfrutar lo que tanto deseaba hace unos minutos. El agua corre bajo mi piel, resbala sobre mis muslos, me obliga a parpadear con desesperación mientras mis zapatos se zambullen en cada charco agitado.

Miro a mi alrededor y pienso: motociclistas valientes quedan en la pista. Claro, los valientes que tienen una empleada que les lave la ropa embarrada, o los valientes que tienen la libertad de enfermarse sin que por ello la familia deje de comer. Pero también están los otros, como yo, que lo hacen de puro irresponsables, que aunque nunca se bañaron en un río ni metieron los pies en las olas del mar, disfrutan de este pequeño momento de placer, casi onírico, casi orgásmico, de dejar que el agua del cielo lave las heridas del alma, aunque cueste un resfriado, o un par de zapatos estropeados.

Maravilloso clima el de ésta tierra.