martes, 25 de agosto de 2009

LISTA DE COSAS VANAS


Una habitación.

Una mesa.

Dos sillas.

Una cama.

Un hombre llamado Robert

Una mujer de nombre Selena.

Desnudos.

Liados.

Con sus cuerpos yuxtapuestos.

Un beso en la mejilla.

Un te quiero de corazón.

Una caricia en el pelo.

Labios pegados

con saliva caliente.

Frases torpes

surcos de sudor.

Tres agitaciones.

Dos gemidos.

Una penetración.

Entonces, el cielo se abre

y una luz rosada

envuelve la habitación.

Robert termina vacío

Selena se siente plena.

Los gemidos se apagan.

Las canciones terminan.

Un cuerpo al lado del otro.

Mirando el ventilador.

Se visten.

Se esperan.

Se marchan.

Mañana volverán

a fabricar amor.

martes, 4 de agosto de 2009

HUSKY


La noche anterior me acerqué a la reja, estiré la mano y acaricié su cabeza. Al sentirme, cerró los ojos y se quedó dormido. Era raro, pues siempre mantiene los ojos abiertos cuando lo acarician. Estuve un rato observándolo, eché llave a la puerta y subí a dormir.

Era el quinto día de su postración. Cinco días en los que no había comido nada y vomitado tanto, siendo llevado a cuestas de motokar en motokar, de veterinario en veterinario, sin que nadie pudiera dar respuesta de su estado. Arrojando una cosa verdusca y gritando quién sabe qué insoportables dolores durante la noche. Ya extrañaba sus ladridos, sus travesuras, la forma en que esperaba a que nadie lo viera para que corra a esconderse bajo la mesa y así mirarnos almorzar, con esos ojos tristes. O cuando corría a la casa del fondo a buscar a la perra flaca para tratar de montarla, aunque siempre terminaba rechazándolo a mordiscos.

Al día siguiente, al salir a trabajar, lo dejé como siempre: rodeado de periódicos que servían para absorber todo lo que vomitaba durante la noche. Le cambié algunas hojas usadas, lo volví a acariciar y partí.

A las dos horas mi madre llegó a la tienda. El perro se está muriendo. Voy a ver otra vez al veterinario para decirle que su tratamiento no le está haciendo nada. Está peor.

Cogió algo de dinero y cruzó la calle. A la media hora volvió. Dice que lo traiga nuevamente en la tarde. Me va a cobrar 25 soles esta vez (ya no los habituales 55). A las 3 tenemos que llevarlo al Hospital Militar a que le saquen una placa.

Regresó a la casa con los ojos brillosos. Por primera vez me invadió el temor de que quizá podía morir. Husky es un perro fuerte, y durante sus siete años de vida ha enfrentado cosas peores. Ha sido atropellado, se ha intoxicado comiendo basura, ha sido apaleado por vecinos furiosos, y siempre ha vuelto de la muerte más fuerte que nunca, moviendo la cola como si nada. Recuerdo que una vez, una especie de sarna invadió su cuerpo hasta dejarlo casi sin pelos. Los veterinarios sugerían la eutanasia para aliviar su sufrimiento. Mi madre y hermana dejaron de hacer consultas y se pusieron a cuidarlo con dedicación, curándole las heridas con una paciencia frailuna. Su recuperación fue increíble. A los pocos meses el pelo le volvió a crecer, más suave aún, y al cabo de un año ya estaba como siempre. Lanudo, juguetón y panzurriento.

De peores cosas ha salido, pensé nuevamente.

A la una cerré el taller y me fui a casa. Al meter la moto, papá me atajó en la puerta.

- Ya se murió. Reciencito no más. En todo el día no había gemido, sino que estaba quieto, mirando la gente que pasaba. Pero hace un rato dio un aullido como de lobo. Luego agachó la cabeza, y se quedó ahí.

Tuve ganas de dejar tirada la moto y correr a verlo, pero traté de mantener la calma. Al entrar a la casa, mamá hablaba con mi hermana por celular. Lloraba con voz apagada mientras trataba de darle la noticia. Husky ha muerto. Uno de sus hijos ha muerto. Una parte de nosotros ha muerto.

Me acerqué a él. Era como si dormía, sólo que su respiración agitada ya no estaba más. Su lengua azulada tocaba el piso. Sus ojos a medio cerrar se habían vuelto grises. Aún estaba gordo. 20 kilos de puro corazón. Sentí a mi garganta como mármol mientras examinaba su cuerpo con respeto. Pensamientos sin sentido me asaltaron de repente ¿Quién me esperará por las noches cuando llegue de la universidad? ¿A quién voy a regalarle la comida que no me gusta? ¿Quién me lamerá los jeans cuando venga mojado por la lluvia? ¿Quién me moverá la cola y pondrá sus patas delanteras sobre mi estómago para estirarse? ¿Quién me mirará con esos ojos tristes cuando abra la puerta, suplicándome que lo deje pasar para comerse las migajas de pan que cayeron al suelo?

No pensé que la muerte de un animal dejara un vacío tan grande en la familia. Supongo que con el tiempo llegamos a asumir que Husky siempre estará ahí, como si fuera una creación nuestra. O tal vez imaginé que moriría viejo y cansado, como todo perro fuerte, luego de regalarnos unos cinco años más de su juventud. Pero nunca, nunca imaginé que moriría de forma tan dolorosa y cruel. Sería fácil buscar culpables. Odio a los veterinarios que nunca supieron decirnos qué sucedía, sobre todo a los de consultorio particular, que decían "dale esto, tráelo mañana y ya veremos que tiene". Costo por consulta: 40 soles promedio. Los diagnósticos han sido tan dispares, que llegué a la conclusión de que nunca supieron lo que tenía, pero querían que siguiéramos trayéndolo. A saber: cirrosis, estreñimiento grave, tumor, golpe por atropello, envenenamiento. La más sincera fue la dueña de una tienda de mascotas: "hazle la eutanasia. Vas a gastar un montón de plata y se va a morir antes que sepas lo que tiene. A propósito, me han llegado unos cockers divinos..."

Pero ya no es tiempo de pensar en eso. Sólo quería describir lo que sentí durante las últimas horas de Husky. El dolor y la pena al ver su cuerpo en el callejón, sin vida. Esa sensación de "no es cierto, no puede estar pasando", que a todos nos invade alguna vez y que no hace más que descubrir el inmenso amor que sentía por ese animal. Mi mascota. El Husky. A algunos les parecerá ridículo apenarse tanto por la muerte de un perro. También me lo parecía a mí, pero cuando pasas siete años de tu vida con un compañero fiel, la vida se te hace tan corta que no puedes menos que sentir un vacío angustiante al llegar de noche y comprobar que la casa no volverá a ser la misma, sin él.

P.D.: Ayer mis sobrinos me dieron una noticia agridulce. Su última travesura poco antes de morir: consiguió preñar a la flaca. Tengo curiosidad por saber si alguna de sus crías se parecerá al padre, pero sólo eso. Aún no es tiempo de pensar en mecánicos reemplazos.

Imagen: Una de las tantas fotos que le tomó mi hermano. Su fan número 1.