domingo, 1 de marzo de 2009

¿Y TÚ...MUJER DE QUIÉN, ERES?


Siempre existe una mujer -andar cansado, patitas cortas y lomo que cargó al mundo- que salva la historia de la tristeza, que preserva la especie de su autoflagelo y no permite que todo se vaya irremediablemente a la mierda.

Francisco Bardales "iqt (REMIXES)"

El teléfono sonó a las diez de la noche. Raquel esperaba esa llamada. Se levantó del mueble, tranquilizó a sus padres desde la otra habitación y descolgó el auricular.

Habló con voz suave y quieta, a pesar de ser la última conversación. A través de la línea percibía el llanto apagado de Javier, y hasta podía adivinar cada uno de los argumentos que ensayará para retenerla a su lado, para convencerla de la fortaleza de una relación que agonizaba.

Cuatro años eran demasiado para esperar un evento extraordinario. Demasiado para esperar algo bueno de él. Su desenamoramiento fue lento, doloroso, pero inexorable.

Mientras le oía repetir las mismas cosas, imaginaba el desgraciado futuro que le esperaba si decidía perdonar. Volvería otra vez a su casa, le celebraría el regreso con un regalo costoso, o al menos impresionante, la cubriría de promesas descabelladas y nuevos comienzos, para luego terminar como ahora, con el pómulo hinchado y ennegrecido por sus frecuentes arrebatos de furia. Y aunque sus palabras le evocaban recuerdos felices y experiencias plenas, ella estaba determinada a permanecer como Ulises, atada al mástil de la realidad para no correr tras el canto de las sirenas.

Una fría sensación de pánico recorría el cuerpo de Raquel, de pie junto al teléfono. Pero esta vez, el deseo de recobrar su vida y su dignidad pudo más que el temor a su ira incontrolable. Huyó a la casa de sus padres para sentirse a salvo. Aun así, no podía dejar de temblar al notar que Javier iba cambiando el tono de su voz, descascarando su personalidad con cada negativa suya para dejar al descubierto el ser mezquino y cruel que era en realidad. La sensación era tan familiar, que por unos segundos cerró los ojos y alejó el auricular de su rostro.

De los ruegos a las exigencias, de las exigencias a las recriminaciones. La impotencia de Javier ante el hecho de tener que gritarle desde un aparato tan impersonal como el teléfono, le impulsaba lanzar amenazas de todo tipo. Raquel escuchaba sin decir nada, insultada pero tranquila, como si hablara con un asesino a través de los barrotes de una prisión.

La muerte era precisamente el tema que más derramaba su boca procaz. Le había amenazado varias veces, pero con el tiempo, esas frases pasaron a formar parte del acervo habitual de sus peleas.

A las diez y media, Raquel colgó el teléfono y se fue a dormir.

Aquí podría contarles que ella termina asesinada a manos de Javier, en una noche oscura y con un método particularmente aterrador, pero el asesinato no es habitual en esta isla. No por falta de ganas sino más bien por falta de medios, y abundancia de miedos.

Lo cierto es que Raquel trato de continuar con su vida. Si bien es cierto dependía económicamente de él, antes de convivir ya tenía unos buenos años trabajando por su cuenta. Nunca le ha temido a los trabajos humildes, en todo caso, cualquier cosa era mejor que estar a su lado.

Empezó ayudando a su madre en el negocio familiar: venta de comida en la puerta de su domicilo. Punto de reunión de toda la cuadra para imponerse de vidas ajenas. A veces Javier se aparecía por allí con los ojos rojos, cara de arrepentido y hocico de perro atento. Se aparecía en la noche, en las únicas horas en que Raquel salía a la puerta de su casa y permanecía visible. Desgraciadamente para él, siempre estaba flanqueada por sus padres y un grupo de buenos vecinos comensales.

El apoyo de la familia la volvió fuerte, y después de la conversación telefónica no permitió que le dirigiera la palabra. Cada noche, Javier llegaba y se empeñaba en hablarle, gritándole que era importante, que era la última vez, pero Raquel replicaba que lo que tenga que decir lo diga de una vez y se vaya. Los comensales paraban la oreja, pero él se retiraba en silencio. Jamás podría manipularla sin contar con el temor de estar a su merced.

Una noche, Javier dejó de venir y ella empezó a respirar aire puro. Dias después comenzó a salir y explorar el mundo que antes le fue negado. Empezó a ponerse bonita y mirarse al espejo, como si su separación desempolvara sus hábitos de mujer. Por primera vez en años, sentía que se arreglaba no para maquillar su fealdad, como solía decirle, sino para realzar su belleza.

Su renovada presencia le abrió algunas puertas y encontró empleo en un Banco. Primero caminando de bodega en bodega ofreciendo préstamos, con uniforme de sastre bajo un sol insoportable, y luego como cajera en ventanilla.

Tres meses llevaba en esa situación, cuando recibió una noticia que derrumbó su mundo.

- Tus fotos están en Internet.

Se quedó helada, como si un cúmulo de reminiscencias la hubieran arrollado de improviso. Salió del trabajo apurada y corrió a una cabina. Las indicaciones de su amiga fueron precisas, y pronto se encontró con sus fotos desnuda, penetrada, lasciva y cosificada por un marido al que se moría por complacer. Fotos antiguas, olvidadas por su memoria, en parte porque él nunca volvió a hablar de ellas, en parte porque las suponía borradas de la cámara digital.

El mundo se le vino encima. En su sed de venganza, Javier no dudó en poner sus datos completos, algunos precisos, otros deducibles, pero todos conducentes a ella. Las miradas, las malditas miradas la volvían avergonzar.

Al día siguiente la despidieron del trabajo. Su jefe (un señor que seguramente guardará sus fotografías como oro en polvo, dedicándoles uno que otro recurso onanista) le dijo que esas imágenes eran inmorales, y habiendo aparecido el nombre del Banco en la página web que las alojaba, lo más saludable para conservar la buena imagen del Banco y sus empleados era despedirla.

Su naciente mundo de nuevas metas y grandes proyectos se desvaneció como un sueño al despertar.

Su condición de mujer la condenaba a la vergüenza y el oprobio. Solemos criticar a los musulmanes cuando arrojan piedras a las mujeres que pasean con el cabello descubierto, pero no nos damos cuenta que nosotros también lapidamos a mujeres inocentes, víctimas de la codicia y venganza de los machos. La mujer violada que denuncia la violación es dos veces violada. Primero por su agresor, luego por la sociedad a la que se enfrenta, entre las que abundan los estúpidos que dicen "qué habrá hecho pues, también". Perdonamos los arrebatos sexuales de un hombre al tiempo que condenamos a la mujer que se deja ser grabada, en un acto de amor que raya en ingenuidad. Una vez en imágenes, para nosotros son las zorras, bitches, putas, pendejas y arrechas que merecen joderse por dejarse grabar teniendo placer. ¿Lograremos algún día verlas como víctimas? Como dice Jorge Bruce: para el hombre promedio, sólo las putas sienten (y sólo ellas deben sentir) placer sexual. O como dice Darkketa: ¿Por qué puta madre es un insulto y puto padre no?

Raquel, a pesar de ser una víctima, fue lapidada por esas imágenes. El daño era irreparable, y quizá sólo consiga un poco de paz lejos de esta isla en la que todos conocen a todos. Se encerró en su cuarto por unos meses, lloró hasta que las lágrimas se le secaron, se abandonó a la depresión y el aislamiento. Su madre la apoyó hasta el final, y su padre, aunque avergonzado y furioso, trataba de que la familia tuviera una vida normal.

No quiso denunciar al Banco por despido injustificado porque los medios meterían las narices sin pudor. Tampoco quiso denunciar a Javier porque las "pruebas" pasearían entre los policías, el fiscal, el secretario, el juez. Sólo quería que todos olvidaran pronto lo que pasó, como si cerrara los ojos por instante y al abrirlos, se encuentre en otro tiempo y otro ser. El tiempo es como un río que propicia la renovación.

Conocí a Raquel hace tres meses, y me contó esta historia, que posteriormente comprobé. Un aire de cinismo y ligereza recorría cada una de sus palabras. Su mirada era dura como el mármol y su trato casi altanero. Reía con disfuerzos, pero a cada instante. Hablaba sin parar y a veces era grosera. Si llegara a leer esto probablemente me agarre a golpes. Llegué a ella a través de un conocido, quien me dijo que era la mejor puta de la ciudad ("No cobra barato, pero vale cada céntimo", según dijo). Aun así, cuando nos despedimos, pude notar que la evocación de sus recuerdos estaban a punto de hacerla llorar. Cogió el dinero, me puso la mano en la mejilla y dijo: "Ándate pronto, antes que saque a la buena mujer que llevo dentro".


A todas las buenas mujeres de Iquitos: Feliz día.

1 comentario:

  1. si que es duro todo eso ,algunos hombres creen que las mujeres somos de lo peor y nos tratan como cualquier cosa.Lo que no saben es que sin nosotras no podran vivir .

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