domingo, 24 de mayo de 2009

MI SERIE ROSA


No tengo ganas de escribir. Estoy depre. Los dejo con un fragmento de una novelilla que escribí hace tres años y que aún espera ver la luz. Está un poco subida de tono, así que no es apta para menores de edad (Jo y Lalinka, cierren los ojos, humm).

Para que la entiendan mejor (si cabe) está ambientada en 1999, en la Universidad de San Marcos y alrededores. Época en la que protestábamos por el chino rata y todo lo demás.

En fin. Quisiera un abrazo...

Capítulo VII

Teníamos que dar diez soles cada uno por la bandera, me lo comunicaron no bien bajé las escaleras de la entrada principal. El secretario de grupo, un flaco al que decían Baqueta, se quedó esperando a que revise mis bolsillos. Esa actitud casi hamponesca terminó por molestarme y lo dejé plantado para dirigirme al Lechuza.

- Esto cubre la bandera y todas las contribuciones futuras - le dije extendiéndole los cien soles que Bernabé me había dado- Como sabes, los exámenes están cerca y tengo que estudiar, así que no podré estar con ustedes todo el tiempo.

Él me miró desconfiado, pero recogió el dinero y me estrechó la mano diciendo que si tenía problemas no dude en llamarlo. Por la tarde compraron la banderola, se reunieron como siempre en la Plaza Bolívar y desde allí marcharon a Palacio, exigiendo la renuncia del dictador. Cuando intentaron desplegar su bandera a lo largo de la reja, la policía no lo permitió. Era de importancia vital que se leyera el mensaje, que los periodistas tomen fotografías y comenten, pero los uniformados empezaron a arrebatar la tela y hacerla jirones. Los jóvenes del pueblo protestaron, insultaron, patearon y se armó el bochinche. En medio de gritos y forcejeos, una piedra se estrelló en la nariz de un uniformado y éste cayó inconsciente, encharcado en sangre. Fue entonces que conocieron la verdadera brutalidad policial. Por la televisión pude ver al Lechuza, al Baqueta, a Miguel y a Federico capturados, levantados entre cuatro para meterlos al patrullero, con las cejas abiertas y los pómulos moreteados. La reportera informó que en sus mochilas se encontraron botellas de gasolina y propaganda senderista. Lo decía mientras pasaba imágenes de San Marcos en los años ochenta y el testimonio de un experto acerca de la peligrosa influencia de la ideología comunista en los jóvenes de hoy, que debemos estar atentos y otras afirmaciones por el estilo. Cuando acabó el circo, pensé en mis compañeros y en lo que Bernabé me dijo.

En la facultad se convirtieron en héroes, se hablaba del atropello y exigían justicia, se escribían cartas, se organizaban marchas, aunque siempre de la boca para afuera, pues cuando yo conversaba en confianza sobre el asunto me decían que bien merecido se lo tenían y que estaban hartos de los terrucos. El único que se expresaba libremente era Ivan, mas nadie le hacía caso. Yo intenté acercarme a él pero desgraciadamente entendió que lo hacía sólo porque mis amigos estaban en la cárcel, y me mandó a peinar calaveras.

Entonces, se corrió la voz de que habían sido traicionados por un soplón, y las coincidencias me acusaban. El Lechuza se devanaba los sesos pensando qué había salido mal, ¿porqué la policía no los dejó colgar su bandera cuando tantas veces lo habían hecho antes? ¿porqué lo hicieron sin siquiera leer lo que estaba allí escrito? ¿por qué Martín se retiró del grupo un día antes de ser arrestados? ¿Porqué le dio cien soles cuando la cuota era de diez; de dónde sacó dinero si él anda misio? y si estaba enfermo, ¿por qué se quedó en la universidad hasta la noche?

Para entonces yo trataba de aprobar el semestre con buenas notas y me estaba yendo mal en el intento. El curso del profesor Salazar resultó ser el más difícil. Sus separatas eran de al menos cincuenta hojas, tocaban temas bastante complicados que simplemente nos ordenaba leer sin explicarnos, y si algo no entendíamos era porque somos demasiado flojos o demasiado brutos para la carrera. Le puse tanto empeño que llegué a aprobar con quince, a sólo un punto de la nota mas alta (obviamente la de Ivan).

El mayor premio fue escuchar las felicitaciones de Marilyn, una flaquita que me hacía soñar. Siempre bonita y arreglada, siempre educada, cabello largo, ojitos de miel, cintura breve, carita tierna. Cuando me pedía que le preste mis apuntes era como si me acariciara con su voz. El día de su cumpleaños nos pusimos de acuerdo para llevarla a bailar al bar que está frente a la universidad, en la avenida Venezuela, y entre todos le regalamos una caja de cerveza. Porque sépase que Marilyn no era de esas chicas melindrosas que fingían hacerle ascos a la cerveza. No. Ella tomaba como cosaca, y cuando el licor se le metía bien en las venas se veía más linda aún.

Como era un día de semana, mis amigos y yo fuimos los únicos en el local. Todos sabían que estaba detrás de ella así que era el momento perfecto para el corralito. Venía Susie, tomaba nuestras manos y nos arrojaba a la pista de baile en medio de vítores. Bailábamos sin mirarnos, escuchando a los Ronish, amigos traigan cerveza quiero tomar para olvidar, luego me sentaba y olía el crudo aliento de Willliam sugiriéndome aprovechar el momento. Aprovecha huevón que está borracha. ¿Declararte? oe Remy, dice que no se ha declarado todavía...esas son huevadas cuñao. ¿Qué puta tienes tú, o sea que si la tienes en tu cama con su conchita abierta le vas a decir que no puedes cacharla porque no te has declarado? La imagen de esas palabras me excitaron ¡Qué huevón eres! ¿No ves que se muere por ti?

Ella me alcanzaba la cerveza y ellos cambiaban de tema, ella se recostaba en mi pecho y ellos me hacían gestos desesperados, que la tome del mentón, que le acaricie las mejillas, que la bese de una buena vez para que puedan sentirse hombres, carajo. Hasta ensayaron entre ambos para mostrarme. Maricones. La música sonaba más alta lacerando mis tímpanos, la cabeza me dolía, sentía nauseas, pero decidí hacer lo que ellos querían, lo que yo quería. Marilyn continuaba recostada en mi pecho con los ojos hundidos, la respiración agitada y la cabeza revuelta. Muy lento, levanté su rostro frente a mí y con un hondo suspiro estreché sus labios con los míos, recogiéndolos, mordiéndolos, provocando que todos los testigos estallaran en bulliciosos alaridos, celebrando un triunfo ajeno. Abrí mis ojos y alcancé a ver los suyos entre las luces de colores, justo antes de que vomitara sobre mí.

Apenada, corrió a refugiarse al baño mientras yo gastaba servilletas entre la bacanal. Incómodo por el olor de aquel fluido, me levanté para ir a buscarla y la encontré llorando detrás de la puerta. Al verse descubierta rápidamente se secó las lágrimas y me pidió disculpas. Acaricié su cabeza con ganas de darle un abrazo, pero era imposible. Estábamos sucios. Salimos a la calle furtivos, dejando a nuestros amigos danzar entre botellas a medio consumir.

Afuera volví a besarla, secando sus lágrimas. Nos abrazamos, nos consolamos, dejamos que el rocío enfriara nuestros cuerpos y los tornara sedientos de algún refugio. Siluetas de hombres y mujeres, de vehículos y perros desfilaban ante nosotros sin sentido, como ornamentos de una escena, nuestra escena. Y nos quedamos así un largo rato hasta que la tomé de la mano y alquilé un cuarto en el siempre conveniente hospedaje de al lado. Ella entendió. No podía llegar a casa en ese estado, ni yo con ese olor.

Al entrar a la habitación, el aroma artificial del ambiente me recordó a los consultorios. Las sábanas, opacas bajo la luz cansada, no dejaban ver ningún pliegue, cual si fueran láminas de aluminio. El piso estaba alfombrado y se sentía extraño debajo de las suelas. También había una mesa de noche y una lámpara de campana que no encendía. La ventana daba a una oscura callejuela de tierra sobre la que paseaban algunos individuos aprovechando la oscuridad para ganarse unas monedas. Recuerdo cada detalle porque estaba ansioso, para qué mentir. Me quité la camisa y la remojé en el baño fingiendo concentración, pero la espiaba. Se había sentado en la cama y paseaba sus ojos por las paredes rosadas, esperando su turno, cómoda y cansada. De vez en cuando me contemplaba y sonreía, de vez en cuando le sonreía y contemplaba. Levantó el cuello, se arrimó el pelo haciéndose una cola y empezó a desabotonarse la camisa. Yo tragaba el exceso de saliva y mi respiración se agitaba a medida que sus manos iban pronunciando ese escote. Se la quitó completa, descubriendo un tierno sostén de copa breve, adecuado para su delicado cuerpecito. De pronto sentí que al agua me caía en los zapatos y me apresuré a cerrar el caño. Cuando volví a mirarla estaba junto a mí, puso su camisa en el lavatorio y me llevó a la cama haciendo que me quite los jeans. Dudé, pero sus ojos me llenaron de certezas. Después de todo ¿para qué negar sus deseos? Yo me moría por verla desnuda. Tenía tanta curiosidad por explorar su cuerpo finamente tallado que no me contuve y empecé a desabrocharle el pantalón mientras ella se recostaba mirando hacia el techo, cerrando los ojos y moviendo la cabeza como si recibiera un masaje. La contemplé un instante mágico, luego me acosté a su lado y acaricié su rostro, su vientre, las maravillosas copas, su gracioso calzón de lunares, sus frágiles pies. De pronto, como si mis manos hubieran activado algún poderoso sensor, alguna emoción oculta, me tomó del cuello y me apretó contra sí, metiendo sus delicadas manos bajo el calzoncillo que me estrechaba cada vez más. Nos pusimos de rodillas sobre la cama sin dejar de besarnos, dicho mejor, de comernos, ella despojándome de mi única prenda y yo luchando con los broches de su sostén. Tuve pánico de hacer el ridículo y los arranqué con fuerza fingiendo pasión desmedida. El momento más sublime fue cuando bajé su calzón gracioso y descubrí sus delicados y finísimos vellos casi en mi rostro, como los había soñado tantas veces: negros, desenfadados y con un ligero olor que de inmediato asocié con el placer. Los besé tiernamente, como se besa la cabeza de un cachorro y ella se retorció cosquillosa, empujándome con suavidad mientras se acomodaba otra vez el pelo. Luego se acostó con las piernas abiertas, mirándome, sonriendo, frotándose el tesoro recién descubierto y haciéndome sentir el pirata más dichoso. Yo miraba extasiado la pequeña, rosada, expuesta y resbalosa flor que me mostraba con sus dedos, separando sus vellos mojados. Pensé en las palabras de William. Entonces, la enjaulé con mis brazos a la cama y la penetré. Podía sentir su vagina acariciándome con su estrechez, haciéndome estremecer con cada latido, con cada suspiro, con cada gemido tiernamente exhalado. Podía sentir, como si fuera mío, esa mezcla de placer y dolor que sus ojos reflejaban mientras mi boca sedienta buscaba sus labios suaves, su cuello sudoroso, sus pezones oscuros y redondos que coronaban las pequeñas colinas de su pecho. Podía sentir sus manos en mi vientre y sus piernas atenazándome, controlándome, sujetándome fuerte hasta quedar rendida con un grito profundo y desesperado, que no era un grito de amor, sino la sorda saciedad de un oscuro deseo. Antes del orgasmo quise retirarme, pero ella no dejó que me moviera hasta acabar, agarrándome de las nalgas, disipando mis preocupaciones con sus caricias, con sus besos, con sus manos que me guiaban hasta sus senos, haciéndome estremecer con su lengua sobre la mía, hasta el final.

Acabamos en silencio, ebrios y desnudos. Me quedé dormido y cuando desperté, ella soñaba como un ángel. Amé sus ojos cerrados, sus pestañas circulares, amé su muda sonrisa y la manera en que colocaba la cabeza sobre la almohada. Y pensar que este pequeño y tierno ser que ahora retozaba junto a mí acababa de enseñarme los maravillosos misterios del sexo, las prohibidas cumbres del placer.

Salimos bajo el sol indeciso y caminamos en silencio hasta el paradero, aunque tomados de la mano. Era mejor así. Las palabras hubieran contenido promesas rotas. Ella lo sabía, pero yo no. En ese instante sólo quería que todos los carros de Lima se quedaran sin gasolina para poder explicarle cuánto la necesitaba ahora que le pertenezco, pero sólo pude decir que la pasé muy bien mientras se despedía desde el estribo. Sólo al llegar a casa, descubrí en el bolsillo de mi camisa recién aireada su gracioso calzón de lunares.

Chachachachaaaaannnn si quieren saber como termina la historia adquieran un ejemplar de esta obra. Disponible en librerías, bodeguitas y kioskos esquineros a partir del 3 de Junio del 2055.

Realmente necesito un abrazo :_(

3 comentarios:

  1. No estes depre

    yo tengo la solución

    vao a tomar, yo invito hasta que olvides todo xD

    está chvere la historia
    espero algún día comprar uno pirata jejeje

    Saludos mi estimado Martin

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  2. Cuando kieras.

    "Por el alcohol: la causa y la solución de todos nuestros problemas"

    Homero Simpson dixit.

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