domingo, 15 de marzo de 2009

ENTRE EL SOL Y EL ASFALTO


Mediodía. El sol está tan alto que no proyecta ninguna sombra. La calzada despide un vapor obnubilante, y pequeños granos de arena revolotean en el aire empujados por el trajinar de los vehículos. A veces puedo sentirlos estrellarse contra mi cara y ocultarse bajo mi camisa tostada, sobre todo cuando buses hambrientos pasan rozándome el timón.

Mis brazos, atados al volante de mi vieja moto china, reciben las dolorosas caricias del sol. La avenida Quiñones serpentea perforando la vegetación, separando casas embarulladas y terrenos a medio cercar.

Avanzo entre llamas. Me concentro en las líneas de la pista, pero de vez en cuando desvío los ojos para mirar uno que otro par de piernas; piernas femeninas que culminan en sandalias breves; piernas delgadas que abrazan el asiento de una moto mal domada; piernas morenas que acarician las veredas con su andar pausado y melodioso; piernas lindas, descubiertas, expuestas al sol como mis brazos castigados.

El cielo azul contrasta con la nívea intensidad de las nubes. Pero observo que poco a poco aquellas enormes esponjas van uniéndose a otras, y otras, cobrando una tonalidad gris. El sol feroz empieza a ocultarse a ratos cada vez más prolongados, y mi interior un desesperado ruego cobra mayor fuerza: que llueva de una vez ptm.

El viento que agita los pliegues de mi camisa es cada vez más frío, y aunque la arena se vuelve espesa, es un precio justo por un poco de agua celestial. Al fin, casi veinte minutos después de presenciar la danza de las nubes, una gota cae en mi brazo izquierdo, evaporándose al roce de mi piel.

Le siguen otras, y otras, como si la bóveda celeste se desgranara. Gotas gruesas, hirientes, pero deliciosamente redentoras.

El cielo dejó de tener contrastes. Ahora es un enorme manto gris que se desplaza haciendo oír su voz atronadora y fulminante. Los conductores de moto, que antes de la lluvia volaban como abejas para llegar a su destino, ahora, sabiéndose derrotados, pasean lentos, oteando alrededor para encontrar dónde guarecerse. Los tambos que sirven de estacionamiento están copados. Las veredas de techo largo también. Yo trato de que las llantas no resbalen, pero no tengo intenciones de dejar de disfrutar lo que tanto deseaba hace unos minutos. El agua corre bajo mi piel, resbala sobre mis muslos, me obliga a parpadear con desesperación mientras mis zapatos se zambullen en cada charco agitado.

Miro a mi alrededor y pienso: motociclistas valientes quedan en la pista. Claro, los valientes que tienen una empleada que les lave la ropa embarrada, o los valientes que tienen la libertad de enfermarse sin que por ello la familia deje de comer. Pero también están los otros, como yo, que lo hacen de puro irresponsables, que aunque nunca se bañaron en un río ni metieron los pies en las olas del mar, disfrutan de este pequeño momento de placer, casi onírico, casi orgásmico, de dejar que el agua del cielo lave las heridas del alma, aunque cueste un resfriado, o un par de zapatos estropeados.

Maravilloso clima el de ésta tierra.


3 comentarios:

  1. SI PUES!!! HERMOSO CLIMA! AUNKE NO SOY AMANTE DEL CALOR, ME GUSTA MAS LA LLUVIA!! LA LUVIA ES MAGIA!!

    BUEN RELATO

    SALUDOS

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  2. La lluvia me gusta cuando quiero bañarme

    o cuando estoy por dormir

    que fresquito =)

    pero que feo cuando estás en la calle y te mojas sin querer bañarte :(

    me gusta el clima templadito, fresco, me gusta la lluvia que cae en la madrugada, porque aparte que duermes fresquito, en la mañana se siente rico =)

    saluos

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