domingo, 14 de diciembre de 2008

A propósito del CNI


Es más de mediodía. Enciendo la moto y arranco. Voy por Alfonso Ugarte hacia Moronacocha, pero en Moore el semáforo cambia a rojo y me detengo. Estoy apurado. Una maldición sale de mis labios, culpando al azar por este retraso. De inmediato, como si el destino me hubiera escuchado y quisiera cobrar venganza, una caravana (debiera decir "la" caravana) ingresa por Moore y dobla hacia Alfonso Ugarte frente a mis ojos. Los había escuchado toda la noche y apenas pude dormir debido a sus bocinazos. Se aparecen gritando alborotados, montados -en grupos de ocho o diez- a bordo de motocarros sin toldo, motos, autos, camionetas. Llevan trapos en la cabeza, banderines, banderas y banderolas. La mayoría son varones, pero también van algunas mujeres. Había escuchado ayer por la radio que algunas chicas se habían paseado desnudas y agucé la vista para ver si el espectáculo se repetía. Lástima. Todas estaban vestidas. El semáforo cambia a verde y fui muy ingenuo al poner en primera y acelerar. Debí suponer que una caravana no respeta luces ni señales de tránsito. Espero al borde. Los vehículos pasan tocando con sus bocinas el himno del colegio. La gente grita a pulmón partido. El motocar de mi costado acelera e intenta cruzar para plegarse a la caravana y aprovechar la impunidad vial para llegar a tiempo a su destino, pero se detiene. Ninguno le cede el paso. Recibe un puntapié en el toldo de uno de los ¿hinchas? Resignado, tiene que virar. Ya para entonces el semáforo había cambiado cuatro veces de color y me parecía que la Moore era un inmenso túnel que vomitaba seres humanos, como sangre de una vena rota. Definitivamente estoy retrasado. Nunca había visto una caravana tan larga, ni siquiera contando los desfiles y corsos a los que asistí. La gente alucinaba frenética, pero la mayoría estaba allí sólo para aprovechar la oportunidad de hacer chongo. Unos chicos con la cabeza cubierta le tocan el trasero a una transeúnte que camina al lado de la pista. Intenta zafarse y cae de nalgas sobre la vereda. Ella les grita algo y todos ríen. No hay tiempo para recriminar. La caravana seguía y por más que oteaba el horizonte no conseguía ver el final. Un niño de unos siete años se pasea desnudo en uno de los vehículos, tan delgado como un pollo mojado, pero con la suficiente energía para colgarse de la barra y gritar. Una mujer se ha remangado el short de licra hasta que parezca un calzón y se ha quitado la blusa, quedándose en sostén. Salta, agita las manos, y con ella, su prominente abdomen empieza a emular a un comercial de flan. Por un momento me pareció que estaban dando la vueltas en círculos porque no había cuando acaben de pasar, pero casi veinte minutos después, pude ver la última camioneta. El semáforo nos dio verde y cruzamos. La camioneta intentó cruzar en rojo, pero nuestra caravana de vehículos esperando pudo más. No tuvo más remedio que frenar, provocando silbidos en los ¿hinchas?.

Cansado y oliendo a cuerpo soleado llego al trabajo ensayando mentalmente una buena excusa para mi tardanza, pero no hay nadie . Le pregunto a mi vecino si sabe dónde están todos.

- Se fueron a la caravana - me dice antes de cerrar su puerta - tienes el día libre. Hasta el lunes.

Y yo, que estos días ni participé de la algarabía ni me senté frente al televisor a comerme las uñas, ni sabía nada de fútbol y recién me entero que existe algo llamado la Copa Perú, no pude menos que cerrar los ojos y decir: GRACIAS CNI.

No hay comentarios:

Publicar un comentario