domingo, 30 de noviembre de 2008

EL CARTEL DE NAVIDAD



Los rayos del mediodía calentaban furiosamente la acera de la calle Arica, mientras un hombre y un niño planeaban grandes cosas para el futuro:

- Grabáte bien en esa cabecita de pollo: Casi todos ven en la Navidad una ocasión para holgazanear. Se la pasan rompiéndose el lomo como burros el resto del año para descansar junto a su familia durante las fiestas de diciembre. En cambio algunos, como yo, ven en la Navidad una oportunidad para hacer negocios. Mira a tu alrededor: en ninguna época del año se consume tanto como en ésta. Casi todos tiran el dinero comprando tonterías. Tú y yo vamos a recoger y dar un buen uso a ese dinero.

En ese momento, un conductor se acercó a retirar su moto. El hombre que hablaba le pasó por encima un trapo limpio y cogió los cincuenta céntimos que le alcanzaban.

- Así es muchacho. Vamos a ser ricos.

- ¿Pero cómo tío? ¿Cómo vamos a ser ricos?-preguntó el niño.

El hombre rebuscó en su bolsa de tela deshilachada y sacó medio pliego de cartulina con unas letras bien dibujadas que decían:

SI EL 1% DE LO QUE GASTÓ EN SUS COMPRAS SE LO DIERA A LOS POBRES, NO TENDRÍAMOS QUE MENDIGAR EN NAVIDAD.

-¿Qué significa eso, tío?

-Significa que vamos a conmover a muchísima gente. Ahora, dobla el cartel y vamos caminando por la Próspero. Tenemos que encontrar una tienda llena de consumidores compulsivos.

- ¿Y las motos, tío?

- Saben cuidarse solas.

Anduvieron pesadamente, observando establecimientos de todo tipo. El niño iba más lento, mirando extasiado la variedad de juguetes que desfilaban ante su carita sucia. Ahora que iban a ser ricos, pensó, podía pedirle a su tío que le regalase la colección de los Power Rangers Fuerza Salvaje. Se había portado bien y hacía tiempo que no robaba nada. No se lo negaría.

Mientras tanto el hombre miraba y remiraba. Había tantas personas en la calle que quiso empezar trabajar ahí mismo, pero luego se dio cuenta de que la gente andaba con demasiada prisa como para leer su cartel. Tenía que esperar a la salida de alguna tienda. Llegaron por fin a la puerta de un supermercado. Habían muchas cajas registradoras, cada una con una cola interminable; gente gritando para hacerse escuchar; luces navideñas en todo el interior, y de fondo, una canción de José Luis Perales. El hombre sonrió.

- ¿Ves lo que yo veo, muchacho?

-Sí tío... ¡Chocolates!

-Oportunidades, hijo. En unos minutos, parte del dinero de estos ricachos estará en nuestros bolsillos. Y lo más gracioso es que no tendremos que robárselo. Ellos mismos nos lo entregarán. Bien, párate ahí mientras te cuelgo el cartel.

El niño se puso en posición de firmes viendo cómo su tío le amarraba al cuello la soguilla que sostenía la cartulina. Ahora que lo tenía cerca, podía ver las profundas líneas que le surcaban el rostro ennegrecido y grasoso. El cabello largo y entrecano le resbalaba por toda la frente; y los ojos, que rara vez se detenía a mirar, parecían perdidos en algún sueño lejano. La vejez y la pobreza le habían castigado tenazmente.

- Cuando empecemos, estarás aquí y yo estaré por allá vendiendo los caramelos - dijo el hombre -Si no me compran a mí, colaborarán contigo. Como sea ganamos igual. Ahora, es necesario que finjamos no conocernos para que todo sea más real. ¿De acuerdo?

- ¿Significa que no podremos hablarnos?

- Así es.

-¿Y si quiero ir al baño?

- Me haces una señal y entras a la tienda. Ahora dime: ¿Donde está tu latita?

- La metiste en la bolsa, tío.

- Ah! Es cierto - dijo mientras la buscaba-. Toma. Nos vemos en una hora.



La gente entraba y salía sin parar pero muy pocos se detenían a mirar el cartel, y los que lo hacían simplemente sonreían y continuaban su camino. Otros se quedaban un momento reflexionando, pero al final también se marchaban. Una niña como de su edad se acercó y le mostró sus pulseras luminosas. Estaba tan limpia y bien vestida, que se creía sin derecho a tocar nada de ella con sus manos sucias. Ella le invitó la bolsa de piqueos que venía comiendo y él cogió unos cuantos rápidamente. De pronto su madre se acercó gritando:

- ¡Andrea! ¿Qué haces?...no comas eso...si ya le metió la mano...ven - dijo inclinándose y cogiéndola de las muñecas- regálale, que en la casa te compro otro.

La señora cogió la bolsa, se la dio al niño y corrieron hacia la moto que las aguardaba.

Al poco tiempo salió otra señora con dos pequeños cargando paquetes inmensos. Mientras abordaba el motocarro, distraídamente se puso a leer el cartel; luego miró al niño, sonrió con ternura y se acercó a poner un sol en la latita.

- Gracias señora. Feliz Navidad - dijo el niño sonriendo.

Cuando se marchó pensó que vieja más tacaña. Eso no era ni el uno por ciento de tantísimo paquete. Miró a su tío y éste le mostró los pulgares en alto; se encogió de hombros y continuó mirando a los clientes. En la caja, un señor alto y delgado abrió su cartera y sacó muchos billetes. Jamás había visto tanto dinero junto. La cajera le sonreía, el muchacho que embolsaba la mercadería también, pero él debía estar triste porque no les devolvió la sonrisa. Mas bien se molestó por la lentitud del muchacho, tomó los paquetes y se retiró. Mientras miraba la calle tratando de acordarse dónde había parqueado su auto, se fijó también en el cartel.

En ese momento, un vigilante se acercó y apartó al niño de la vereda. Buscó a su tío, pero éste ya estaba del otro lado de la calle, indicándole con señas que lo obedeciera.

- Retírate chibolo. No queremos vagos por aquí - le dijo mientras agitaba la palma de la mano derecha hacia arriba. El niño se plantó y le gritó furioso:

- No soy un vago. Estoy trabajando, señor.

- Ja ja ja. ¿Trabajando? No me hagas reír. Vender frunas es trabajar, cuidar motos es trabajar, cantar en los micros es trabajar. Tú hace rato que estas parado aquí con ese cartelito simplón mirando a cada cliente, quién sabe para qué. Ya retírate - le dijo mientras agitaba los brazos .

El niño se puso rojo de cólera. Ya estaba cansado de que lo tomen por ladrón, pero no sabía qué contestar. ¿Acaso no estaba trabajando? Eso le había dicho su tío. El vigilante lo retiró violentamente de la acera.

- Hijo de puta, cabrón. ¡Ojalá te quedes pobre! - le gritó mientras lo empujaba.

El vigilante le sonrió con desprecio y volvió a su puesto. El niño quería llorar de rabia. Caminó por la acera maldiciendo a todo el mundo. Iba a buscar a su tío, pero una voz le detuvo. Venía desde uno de los autos estacionados. El niño se acercó y reconoció al señor alto y delgado que se había fijado en él poco antes de que el guachimán lo echara.

- ¿Siempre tienes una boquita tan sucia? - le dijo mientras sonreía.

No le contestó nada.

- Bien. Te daré una buena limosna si me respondes una cosa: ¿quién te escribió el cartel?

El niño miró con curiosidad el rostro enjuto del hombre que le hablaba. Sus pómulos eran tan pronunciados que aparentaba tener la piel de un animal disecado. El escaso bigote que le recorría el labio superior parecía borrarse cada vez que sonreía, y su aliento despedía un olor a menta.

- Mi tío - respondió.

- Ah! ¿Y donde está tu tío?

- No lo sé. Iba a buscarlo.

- ¿A qué se dedica?

- Ya son muchas preguntas, señor.

- Eres muy listo - dijo mientras colocaba una moneda de cinco soles en la lata. El niño miró fijamente al tipo. Esta vez ya no le parecía tan antipático.

- No sé a qué se dedica, pero es muy sabio. Sabe cómo hacerse rico. También vende caramelos en los micros y cuenta muchos chistes.

- Ah! Pues mira: mañana, víspera de Navidad puedes venir a mi casa a cenar. Habrá mucho panetón, chocolate y golosinas. Puedes traer a todos tus amigos, incluso a tu tío. Aquí está mi dirección - dijo mientras le alcanzaba una tarjeta-. ¿Te espero entonces?

El niño levantó los ojos y miró al extraño con lástima.

- ¿Sabe qué señor? - dijo - es usted muy amable, pero no tengo amigos; sólo tengo a mi tío, y vamos a estar muy ocupados mañana comiendo mucho panetón y chocolate. Recibimos invitaciones de todas partes de gente quiere aliviar su conciencia regalando comida una vez al año. He estado allí: unas señoras buenas te sientan a una mesa grande, te dan un tazón de chocolate y un pedazo de panetón con mantequilla. Casi nunca puedo acabarlo todo. Algunas te dan un regalo, yo recibí por ejemplo un juego de ludo en cartulina. Estaba muy bonito. Lo malo es cuando te regalan juguetes usados. Sabe, el año pasado recibí un Superman, pero le faltaba una pierna y tenía la cara negra y mordida; digame: ¿cómo puedo jugar con un Superman cojo y desfigurado? Se lo regalé a mi primo Marcelo; como sólo tiene un año, no creo que le importe tener un super héroe inválido. Todos parecen ser muy buenos en Navidad. Pero mi tío me dijo que no nos hacen un favor a nosotros, sino a ellos mismos. Al principio no entendí lo que quería decir con eso, pero a los tres días, él se enfermó de úlceras gravemente y no sabíamos cómo llevarlo al hospital; corrí a la casa de aquellas señoras que tan bondadosamente me habían llenado de tajadas de panetón y chocolate y les imploré que me prestaran tres soles para poder llevar a mi tío al Hospital Regional. Me miraron con fastidio, me dijeron que la campaña se había acabado, que venga el próximo año y que deje de estar molestando. Luego, me cerraron la puerta. Entonces, entendí lo que mi tío quería decir. La Navidad había terminado. Felizmente don Lucho, el compadre de mi tío, pasaba por ahí con su triciclo y pudimos llevarlo a tiempo al hospital. El doctor le dijo que si tardábamos un poco más, era alma del otro mundo. Por eso señor, no voy a poder cumplir con usted mañana. ¿En realidad quiere ayudarnos? Si quiere ayudarnos, dénos trabajo. Sé cultivar, puedo hacer mandados, puedo tener limpia una casa y hasta ayudo a mi tío a barrer las calles de noche. Él también sabe trabajar: conoce de jardinería, ha sido albañil y carpintero, pero también sabe mucho de la vida, y lo que siempre me dice es que por más pobre que uno sea, no debe perder la dignidad. ¿Entonces, señor, qué dice? ¿Va a ayudarnos de veras?

El señor alto y delgado había oído con indignación y sorpresa cada palabra del niño, y aún se encontraba asimilando cada frase cuando le encajó esa última pregunta. Se quedó en silencio un momento. Luego respondió:

- ¿Cómo te atreves, mocoso insolente, a morder la mano que te ayuda? Si los ayudo es por que me nace hacerlo y no porque quiera ganarme el cielo. ¿Sabes cuantos niños como tú no van a tener ni siquiera un pan reseco para llevarse a la boca mañana? ¿Sabes cuantos niños como tú se morirían por tener un juguete esta Navidad, aunque sea un supercojo?

- Si usted sabe cuántos son -dijo con pesar el niño- déselo a ellos. Lo necesitan más que yo.

El hombre alto y delgado le miró con ira y desprecio.

- Tan pequeño y tan arrogante. Así no se progresa, muchacho.

Dicho esto, le arrancó la tarjeta de las manos y partió velozmente en su auto. Quizá sospechando una reacción parecida, el niño escondió su latita. Al mirar al frente, vio a su tío que se acercaba agitando los brazos.

- ¿Con quién hablabas? - le dijo al llegar hasta él.

- Con un señor que me dio cinco soles de limosna y quería conocerte.

- Así ¿por qué?

- Por el cartel.

- Ah! El cartel. Sabes hijo, he estado pensando y...me parece que mejor dejamos eso del cartel. Creo que no nos ha ayudado en nada.

- Como quieras, tío.

El hombre sonrió y revolvió con las manos el cabello del niño.

- Ya se nos ocurrirá algo- le dijo-. Dios aprieta pero no mata.

- Tío ¿nosotros vagamos?

- ¿Pero quién te ha dicho semejante cosa?

- El guachimán que me botó de la vereda de la tienda. Me dijo que era un mendigo y que los mendigos no trabajaban.

- Qué sabe ese hijo de puta. No le hagas caso. ¿Sabes porqué ya no hay mendigos en esta ciudad? Por la competencia. Cuando eran pocos, no tenían otra cosa que pedir limosna y asunto arreglado. La gente se conmovía sólo con verlos allí, humillados, rogando por unos centavos. Pero de pronto, a alguien se le ocurrió hacer algo más aparte de pedir limosna: comenzó a cantar; luego otro, por no quedarse atrás, empezó a tocar la quena o la zampoña mientras mendigaba. Finalmente, a alguien se le ocurrió vender caramelos. Lo que no se dan cuenta es que siguen siendo mendigos, porque ruegan, imploran y se humillan para que les compren. Dicen “no he venido con las manos vacías, sino que te traigo este producto golosinario” “prefiero trabajar que estar mendigando o robando en una esquina” “ayúdame a salir adelante” yo les llamo mendigos empresarios. Eso ha ocasionado que la gente se vuelva más insensible con los mendigos puros. Cuando alguien sube al micro solamente a pedir limosna, la gente murmura: ¿y éste que se cree? ¿Viene y quiere que le den plata sin hacer nada? ¡Qué tal raza! Y no le dan ni un céntimo. Por eso ya no quedan mendigos verdaderos en esta ciudad; y por eso el guardián te expulsó de allí, porque no estabas portándote como un mendigo empresario, sino como un mendigo puro, y eso hoy es intolerable. Pero de todas maneras ya no volverás a colgarte ese cartel.

- ¿Porque estoy mendigando?

- No hijo. Mendigar no tiene nada de malo. Pero el cartel es demasiado sincero y la verdad puede ser ofensiva entre tanta vanidad. Lo escribí para que comprendieran que se puede hacer mucho con muy poco, pero la mayoría no quiere saber nada de ayudar verdaderamente. Solo quiere que un pobre les sonría y les diga ¡Muchas gracias! ¡Es usted tan buena persona! mientras le arrojan un hueso. Así, ellos duermen tranquilos pensando que han ayudado a la humanidad. ¡Y hay que ver cómo se comportan en las chocolatadas! Parecen dioses repartiendo dones. El mundo es injusto, hijo. Como no podemos cambiar el sistema, pensé que podíamos cambiar a las personas. Por eso hice el cartel; pero me equivoqué. Ven - dijo mientras se incorporaba -. Recuerda que la señora Margarita te ha invitado a la chocolatada de su cuadra y ya se hace tarde.

Caminaron de regreso por toda la Próspero hasta la calle José Gálvez, donde muchos niños hacían cola delante de los regalos. El panetón y el chocolate se habían terminado. El hombre cogió su escoba y empezó a barrer desde el extremo de la calle. El niño se plantó en la fila.

Al recibir su regalo, vio que era un ludo en cartulina con las figuras de los Power Rangers Fuerza Salvaje. Suspiró profundamente, miró a la amable vecina y le dijo:

- ¡Gracias, señora! ¡Es usted tan buena persona!

4 comentarios:

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