sábado, 18 de julio de 2009


Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir? Si vives en un palacio de porcelana donde tus manos finas jamás apreciaron el trabajo duro ¿Acaso no eras tú la que pasaba las horas muertas recostada en su ventana, apreciando el desfile de niños con trajes raídos y pies descalzos entonando el himno nacional, preguntándote si aquellas criaturas no habrán escapado de alguna fábula de los hermanos Grimm? ¿Qué sabes tú de la amistad, si todos los días un séquito de hombres y mujeres se presentan a la puerta del palacio a regalarte admiración, rendirte pleitesía con sus sonrisas forzadas, y cuando tratabas de mirar aquellos pares de ojos y encontrar el reflejo de tu alma, te sabías querida y solitaria a la vez?
¿Qué sabes tú del amor? ¿Acaso las princesas se enamoran? Tal vez en los cuentos de Hadas. Pero eres tú una princesa de carne y hueso. Forjas alianzas imposibles, creas ejércitos, pones a trabajar a miles de hombres con una palabra de tus labios. Tus deseos de amor deben perecer aplastados bajo el peso de tus responsabilidades.
¿Y ahora, cuando el mundo entero te exige respuestas ante tanta incertidumbre, cuando por entre las celosías de tu balcón has visto a la muchedumbre apretarse por oir lo que tienes que decir, simplemente bajas la cabeza y confiesas una pena muy grande por un amor no correspondido?
Mentira ¿Quién podría no amarte?
¿Puede alguien acaso negarse a tocar tus labios con los suyos? Más le valdría a la Luna estrellarse contra la Tierra.
Los mortales sólo vivimos para adorarte. Tus penas lucen pálidas rodeadas de tanta felicidad.
Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir?
Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir?
Chiquita consentida que naciste bien ¿qué sabes tú de sufrir?