domingo, 21 de diciembre de 2008

AGENDA PARA LAS PRÓXIMAS DOS SEMANAS



- Levantarme a las 7 de la mañana, desayunar, disfrutar un rato recordando que no tengo que ir a ninguna parte, volver a dormir.

- Encender la PC sin motivo concreto, apagarla sin haber terminado.

- Mirar porno sin pensar que estoy perdiendo tiempo valioso.

- Olvidar el celular en el cuarto toooodo el día.

- No salir de la casa, ni a la puerta.

- Instruir a mi familia para que, si me buscan, no estoy para nadie.

- No sacar la moto.

- No hablar con nadie que no sean mis padres y hermanos.

- Ver televisión hasta las 3 de la mañana, tirado en el mueble y comiendo golosinas.

- No abrir ningún correo electrónico. No leer blogs. No escribir en el blog.

- No ver noticias. No revisar el periódico.

- Tomar consciencia del problema del calentamiento global.

- Llamar a mis abuelos para recordarles que se viene la Navidad y que no olviden a su nieto favorito.

- Y si queda tiempo: Limpiar mi cuarto (mi madre sospecha que un caimán habita en mi cesto de ropa sucia).

domingo, 14 de diciembre de 2008

A propósito del CNI


Es más de mediodía. Enciendo la moto y arranco. Voy por Alfonso Ugarte hacia Moronacocha, pero en Moore el semáforo cambia a rojo y me detengo. Estoy apurado. Una maldición sale de mis labios, culpando al azar por este retraso. De inmediato, como si el destino me hubiera escuchado y quisiera cobrar venganza, una caravana (debiera decir "la" caravana) ingresa por Moore y dobla hacia Alfonso Ugarte frente a mis ojos. Los había escuchado toda la noche y apenas pude dormir debido a sus bocinazos. Se aparecen gritando alborotados, montados -en grupos de ocho o diez- a bordo de motocarros sin toldo, motos, autos, camionetas. Llevan trapos en la cabeza, banderines, banderas y banderolas. La mayoría son varones, pero también van algunas mujeres. Había escuchado ayer por la radio que algunas chicas se habían paseado desnudas y agucé la vista para ver si el espectáculo se repetía. Lástima. Todas estaban vestidas. El semáforo cambia a verde y fui muy ingenuo al poner en primera y acelerar. Debí suponer que una caravana no respeta luces ni señales de tránsito. Espero al borde. Los vehículos pasan tocando con sus bocinas el himno del colegio. La gente grita a pulmón partido. El motocar de mi costado acelera e intenta cruzar para plegarse a la caravana y aprovechar la impunidad vial para llegar a tiempo a su destino, pero se detiene. Ninguno le cede el paso. Recibe un puntapié en el toldo de uno de los ¿hinchas? Resignado, tiene que virar. Ya para entonces el semáforo había cambiado cuatro veces de color y me parecía que la Moore era un inmenso túnel que vomitaba seres humanos, como sangre de una vena rota. Definitivamente estoy retrasado. Nunca había visto una caravana tan larga, ni siquiera contando los desfiles y corsos a los que asistí. La gente alucinaba frenética, pero la mayoría estaba allí sólo para aprovechar la oportunidad de hacer chongo. Unos chicos con la cabeza cubierta le tocan el trasero a una transeúnte que camina al lado de la pista. Intenta zafarse y cae de nalgas sobre la vereda. Ella les grita algo y todos ríen. No hay tiempo para recriminar. La caravana seguía y por más que oteaba el horizonte no conseguía ver el final. Un niño de unos siete años se pasea desnudo en uno de los vehículos, tan delgado como un pollo mojado, pero con la suficiente energía para colgarse de la barra y gritar. Una mujer se ha remangado el short de licra hasta que parezca un calzón y se ha quitado la blusa, quedándose en sostén. Salta, agita las manos, y con ella, su prominente abdomen empieza a emular a un comercial de flan. Por un momento me pareció que estaban dando la vueltas en círculos porque no había cuando acaben de pasar, pero casi veinte minutos después, pude ver la última camioneta. El semáforo nos dio verde y cruzamos. La camioneta intentó cruzar en rojo, pero nuestra caravana de vehículos esperando pudo más. No tuvo más remedio que frenar, provocando silbidos en los ¿hinchas?.

Cansado y oliendo a cuerpo soleado llego al trabajo ensayando mentalmente una buena excusa para mi tardanza, pero no hay nadie . Le pregunto a mi vecino si sabe dónde están todos.

- Se fueron a la caravana - me dice antes de cerrar su puerta - tienes el día libre. Hasta el lunes.

Y yo, que estos días ni participé de la algarabía ni me senté frente al televisor a comerme las uñas, ni sabía nada de fútbol y recién me entero que existe algo llamado la Copa Perú, no pude menos que cerrar los ojos y decir: GRACIAS CNI.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Mi Versión Orwelliana de la Navidad



LA EMPRESA se prepara para el mes más importante del año. El único mes en que puede apelar a la sensibilidad de sus consumidores para estrujarlos hasta hacerlos desangrar el ultimo centavo. A lo largo de los años sus técnicas se han refinado, y ella misma se ha convertido en un conglomerado mundial, con influencias en casi todos los aspectos de la vida del hombre. ¿Qué podría prepararnos LA EMPRESA para este año? ¿Quizá algo más de lo mismo, una que otra campaña culebrona con muchas luces y niños felices? Se rumorea que las mejores ideas se le han acabado. Hoy en día la gente se ha vuelto más desconfiada y está empezando abrir los ojos. Atrás quedaron los tiempos en los que bastaba un par de historias efectivas para que los consumidores derramaran unas lágrimas y se volcaran a las tiendas para remediar sus carencias. ¿Recuerdan la historia de Papá Noel? Fue la mejor de todas. Haber inventado la historia de un gordito bonachón que viene desde tierras muy lejanas a regalar paquetitos primorosamente envueltos a todos los niños del mundo, tenía el poderoso mensaje de obligar a los padres a convertirse en Papanoeles, si es que querían llamarse padres. Además, con el barbón del traje rojo se rompió el esquema de que sólo había regalar a la familia. Desde entonces, TODOS se dan un regalo en Navidad, y por supuesto, LA EMPRESA siempre está allí, con los anaqueles repletos, para ayudarnos a cumplir nuestros sueños.

Tal vez otros recuerden mucho mejor la campaña de "Un cuento de Navidad", que también fue una brillante anotación a sus bolsillos. La historia de Ebeneezer Scrooge fue creada para castigar a los avaros del mundo, mostrándoles por vía de amenaza, lágrimas y redención, lo que les esperaba si se rehusaban a comprar algo de LA EMPRESA para regalar. Eran épocas más sencillas, fáciles de engañar. Viendo el potencial espiritual de esta fiesta, LA EMPRESA se encargó de exagerarlo todo. Nada era suficiente para tener una buena Navidad: Del pollo se pasó al ganso, y del ganso al pavo. De cinco kilos, de seis, de diez, de quince, hinchados con vacunas, engordados con vitaminas, nada bastaba. Antes era suficiente un juguete para un hijo, ahora los padres tenían que disculparse porque "sólo le habían regalado seis".

Y las historias tiernas se multiplicaban: cada quince segundos aparecía en la televisión una familia alrededor de una gran mesa llena de viandas con un enorme pavo al centro, manteles rojos, árbol enorme, guirnaldas, luces por todos lados y sobre todo sonrisas; sonrisas que reflejaban una felicidad tan auténtica como inimitable. Y las familias quedaban tan cautivadas con aquella imagen que empezaban a planear las adquisiciones que tenían que hacer. Tenían tanto que comprar: la mesa, el pavo, las viandas, la fiesta, ...la Navidad. En ese momento, la proyección terminaba y aparecía el enorme logo de LA EMPRESA, con todas las direcciones disponibles. Siempre hay una cerca a tu hogar.

Mientras tanto, los pobres que no podían comprar "eso que LA EMPRESA vende y se llama Navidad", se sentían miserables, avergonzados por la sucia y austera covacha en la que pasarán la Nochebuena.
TODOS TIENEN ALGO QUE DAR, era el lema principal de la campaña. Desde lo alto de sus oficinas, los ejecutivos azuzaban a la gente a regalarse cosas una y otra vez. Y a regalar a los que no tienen también. A través de conmovedoras películas nos habían convencido que no hay nada más gratificante para el alma que regalar algo de LA EMPRESA al que nada tiene. El círculo era perfecto: El que se aprovechaba y explotaba todo el año a sus semejantes se sentía perdonado regalando un par de cosas; el explotado y aprovechado se sentía honrado de que su explotador le regalase algo.

Pero obviamente, ninguna campaña llega a todos por igual, y hubo alguien que fue deserendando la madeja.

Un niño de doce años, cuyos padres poseían una de las fortunas más grandes del planeta, estaba cansado de ser complacido en todo. Cada año, cuando le pedían que hiciera su tradicional lista de regalos, pedía lo más inverosímil: Aviones de verdad hechos de papel, una piedra de la luna, un pulpo siamés... y siempre tenía lo que pedía.

No puede ser, pensó. La Navidad es un timo de LA EMPRESA.

Y un día, el niño se levantó y ordenó que quitaran todos los adornos. Luego pidió que para Navidad le regalasen algo que no pudiera ver, y que sin embargo sea lo suficientemente bueno para hacerle feliz. Los criados se quedaron estupefactos, no se les ocurría nada. Los padres inmediatamente llamaron a LA EMPRESA para preguntar si vendían aquel producto. No tenían nada semejante. El rumor del extraño pedido se corrió por toda la ciudad, el país, el mundo. Gente de todos los rincones concluyó que, si el niño más rico del mundo lo pedía, debía ser algo bueno. Los niños entonces empezaron a decir a sus padres:

- Papi, para Navidad quiero lo que quiere el niño rico, algo que no se vea y sin embargo me haga feliz. No, no, no. No me compres nada de LA EMPRESA. Sólo quiero el regalo que te pedí.

Ya se imaginarán cómo andaban las cosas en lo alto de las oficinas de LA EMPRESA. Empleados iban y venían tratando de imaginar una manera de satisfacer la demanda de este nuevo producto, pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles. Las ventas cayeron en un 95% en los dos días siguientes, y para la Noche Buena, se vieron obligados a cerrar sus puertas antes de las once de la noche. El jefe de los ejecutivos consideró que las ideas del niño eran peligrosas para su negocio, y decidió actuar por su cuenta.

Amaneció el día veinticinco y como siempre, el niño salió corriendo de sus aposentos, bajó las enormes escaleras de la mansión hasta el salón principal y, al pie del enorme árbol, buscó su regalo.

Era una caja pequeña y sin decorado, casi oculta bajo las enormes ramas del árbol sintético. El niño se puso furioso, se volvió a sus padres y exclamo:

- Les dije que quería un regalo que no se pudiera ver.

Casi al instante, noto que junto a sus padres estaba el jefe de los ejecutivos, sentado casi al rincón. Lo había reconocido de los periódicos y al verlo, inmediatamente empezó a reír.

- ¿De qué te ríes? - le preguntó su padre.

- La Navidad es un invento de LA EMPRESA ¿lo ven? Sin los regalos no hay Navidad. Lo lamento papá, pero este año no pudiste complacerme.

El jefe de los ejecutivos permanecía sentado, con los labios ligeramente estirados.

- Claro que sí, hijo. Tu regalo no es la caja, sino lo que está dentro de ella.

El niño tomo el paquete y levantó la tapa. Inmediatamente un resplandor laceró sus ojos, dejándolo ciego. Mientras apartaba la caja de sí y agitaba los brazos tratando de asirse de alguna parte, el jefe de los ejecutivos se levantó, se acercó a él, le tomó de los hombros y dijo:

- Feliz Navidad Dorian. Todos los años hemos complacido tus caprichos. Ahora gracias a ti, todos los niños del mundo han recibido un regalo como el tuyo. A estas horas deben estar ciegos también; justo hoy, que inauguramos una nueva división de LA EMPRESA: La clínica oftalmológica, donde por un módico precio les ofreceremos la oportunidad de volver a ver. Veníamos planeándolo desde hace años, sólo hacía falta un niño rico, engreído y con el suficiente cerebro como tú para echar a andar el proyecto. Como premio a tus esfuerzos, no te cobraremos el tratamiento.

El jefe de los ejecutivos sacó del maletín una pequeña inyección y se la puso. Inmediatamente recobró la visión. El niño le miró con odio, aunque se le escapaban algunas lágrimas de temor.

- No me lo agradezcas a mí -dijo el anciano ejecutivo- sino a tu padre, el nuevo jefe de la clínica.

Demás está decir que ese día LA EMPRESA recuperó el doble de sus pérdidas vendiendo inyecciones para ciegos. Desde entonces, a ningún niño de la tierra se le ocurrió pedir tonterías en Navidad.